Cuando decimos que “para hacer
una tortilla hay que romper los huevos”, sabemos que esos huevos se escriben
con hache y con uve. Lo que ya no es tan del dominio general es que cuando
decimos que una cosa se hace “por huevos”, esos huevos, en realidad, deberían
escribirse sin hache y con b, es decir, por uebos.
Y es que son palabras distintas. O lo fueron. Huevos de distinta gallina
etimológica. Los primeros, los huevos de la tortilla, provienen de la palabra
latina ŏvum, que sí significaba
huevo; el segundo, de ŏpus, que
significaba necesidad.
¿Y cómo se llega de la necesidad
al huevo? Pues por el milagro de la evolución fonética. Por el mismo proceso
que la palabra latina pŏpulu al pasar
al romance se convirtió en pueblo, la palabra ŏpus devino en uebos. La ŏ breve inicial diptonga en ue, la p
intervocálica se convierte en b y la u final se abre hasta convertirse en o. Un
proceso mil veces repetido.
Y ŏpus era, como ya queda dicho, equivalente a “necesidad”. Es más,
existía una expresión latina, muy común entre los hablantes, compuesta por la
palabra ŏpus seguida del verbo ser (sum para los latinos) con el significado
de “no hay más remedio, es menester o de
imperiosa necesidad”. Con ese mismo
sentido pasó al español medieval. Así, en el Poema del Mío Cid, año 1140, encontramos la expresión “para uebos de pro”, con el significado
de “para nuestro provecho”. Y en el Fuero de Béjar de 1293: “uayan a rey o riepten, si uebos fuere”,
es decir, si fuera necesario.
Cuando una circunstancia se
impone sobre el propio deseo y, por más que a uno le repugne la idea de hacer
algo, pero, aun así, no queda más remedio que hacerlo, se dice que “manda uebos”. O se decía. El uebos se
confundió con el huevo y, lo que en un principio fue necesidad, acabó
transformado en un cafre exhibicionismo testicular del que nacen expresiones
tan elegantes como “manda cojones” o
“se hace porque me sale a mí de los
huevos”, etc.
Uebos, con ser tan remota, entró por primera vez en un diccionario
de la lengua española en el de Salvá de 1846, y ya marcada como voz antigua y
en desuso. Pero, para entonces, hacía siglos que había perdido todo honor y
toda gloria. La RAE se apiadó de ella y la incorpora en 1992, y aún en la
edición presente la mantiene como reliquia del pasado. No porque sea un término
adecuado a un diccionario de la lengua actual, sino porque, muy a nuestro pesar,
carecemos de un diccionario histórico. Es decir, manda uebos.
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