Con
perdón del expresidente Aznar, la palabra ánsar significa ganso. Así lo
llamaban los latinos, ansar, anseris,
y aunque ya hace mucho que solo Bush usa esta palabra, sigue figurando en el
diccionario de la lengua española como sinónimo de ganso. Lo viene haciendo
desde 1495 en que Nebrija las dio por sinónimas, y no hay motivo para dejar de
hacerlo, pues en esa palabra hay escrita una parte de nuestra historia.
Para
empezar, hay que entender que para nuestros antepasados decir ánsar, pato y
ganso era una misma cosa. Así el Autoridades
de 1737 recoge el refrán “pato, ganso
y ansarón, tres cosas suenan y una son”, que era su modo de reírse de los
que repiten inútilmente los conceptos.
Está
claro que la palabra pato alude, como
apunta Corominas, “al andar pesado de este animal”. Que parece mentira que, de una criatura tan
dócil, tan inocente, tan doméstica, y tan sabrosa, lo que lingüísticamente ha
trascendido es su modo de conducirse por la vida.
En
efecto, todas las extensiones, es decir, todas las metáforas que permanecen en
la actualidad respecto a estos animales, hacen alusión o a sus patas, a sus
andares, o a su estrategia en los desplazamientos.
Con
esto último me refiero a que, en época de Covarrubias, 1611, se llamaba ganso a los encargados de llevar a los
niños al colegio, porque, como los gansos, los colocaban en fila delante de
ellos. Con los años, es decir, con las mudanzas de costumbres, esta acepción
perdió el sentido, pero se le fueron añadiendo todas las que tienen que ver,
como queda dicho, con su torpe aliño andariego. Así hacer el ganso es hacer o decir boberías, del mismo modo que se
dice de los borrachos que andan como patos, etc. Curioso que para unos el andar del ganso evoque tantas torpezas mientras que a otros el paso de la oca - paso militar que
popularizaron los ejércitos fascistas a
principios del siglo XX- les pone el corazón guerrero y les tensa los músculos
como correajes de fusil.
Pero,
volviendo por nuestros pasos, que son los del pato y el ganso, se llama pata,
según la primera definición ofrecida por Covarrubias, a “los pies y manos del buey o de otro animal, pero comúnmente se toma por
el pie ancho y extendido. Por esta razón llamamos patán al villano que trae grandes patas y las hace mayores con el
calzado tosco. Se llama patudo al
que tiene grandes pies”. Podría
haber agregado que, lo que el patán suelta por su boca, son patochadas.
José Alemany
y Bolufer añadió en su Diccionario de 1917 un nuevo término: patoso,
que es el pesado, el falto de gracia, inhábil o desmañado.
Y nos
faltan las más interesante. Las que denominan a aquellos que tienen los pies excesivos
y deformes. El nombre común para estos seres es patón. Pero en 1512, Francisco
Suárez publica el Primaleón, novela
de caballerías de enorme éxito, en la que aparece un personaje al que bautiza
Patagón, aludiendo a su desproporcionada altura y a sus grandes pies. Esto hizo
que Magallanes, al llegar a una tierra donde los hombres eran tan descomunales
que “ellos les llegaban por la cintura”, les llamara patagones, y a su tierra
la Patagonia.
A esta
etimología le han salido algunos detractores, argumentando, entre otras
razones, lo insólito de que un almirante bautizara a las tierras y a las gentes
recién descubiertas con el nombre de un personaje de ficción en lugar de
rendirle homenaje a su rey o algún personaje de alcurnia, como era usual. Es
como si un astronauta bautizara con el nombre de supermanes o espidermanes a
seres de un planeta nuevo. O que llamaran Gotham a una isla extraterrestre.
Suena raro, pero ya ha pasado. Es justo lo que hicieron los aventureros
españoles cuando en sus correrías americanas llegaron a un terreno que a ellos
les pareció el mismo paraíso. Les vino a la cabeza el texto de la famosísima
novela Las sergas de Espladián, una
de caballeros andantes escritas por Garci Rodríguez de Montalvo en 1510, donde
dice: “Sabed que a la diestra mano de las
Indias existe una isla llamada California muy cerca de un costado del Paraíso
Terrenal”. Y ellos, ni cortos ni perezosos, la llamaron California. Y ahí sigue.
Desde 1817
a 1869 la RAE, definió de este modo el lema patagón: individuo de las tribus salvajes que ocupan
la extremidad sur del continente americano hasta la orilla norte del Estrecho
de Magallanes. Se ha dicho de los patagones que son de estatura desmesurada.
Ahora
nos parece un tanto burda y deshumanizada, pero el diccionario está también para
eso, para retratar la mentalidad de las épocas. Si bien es cierto que no todos
pensaban de la misma manera. En 1853, el diccionario de Domínguez definía
patagón con una frase perfecta: persona
natural de la Patagonia.
Sencilla,
clara y tajante. En 1884 la RAE tomó nota y cambió su definición por esta otra:
natural de Patagonia. Como debe de ser. Todo lo demás eran gansadas,
patochadas y ganas de meter la pata.
No hay comentarios:
Publicar un comentario