Aforismos de Rousseau, sacados del EMILIO o de la educación
No sé el modo de enseñar a vivir
a quien sólo piensa en morir lo más tarde posible.
Si se dividiese toda la ciencia
humana en dos partes, la una común a todos los hombres y la otra propia de los
sabios, ésta sería ínfima comparada con aquélla.
Hombres, sed humanos; es vuestro
primer deber; sedlo en todas las circunstancias, en todas las edades y por todo
lo que no le es extraño al hombre.
La felicidad del hombre en teste
mundo no es otra cosa que un estado negativo; se la debe medir por la menor
cantidad de males que se sufren.
El hombre verdaderamente libre
solamente quiere lo que puede y hace lo que le place.
Nosotros fuimos hechos para ser hombres, pero las leyes y la sociedad nos
han sumergido en la infancia.
Más lejos d la sabiduría está un
niño mal instruido que otro que no ha recibido ninguna instrucción.
A los niños debe decírseles
siempre la verdad; cuando se la encubre con un velo, no se toman el trabajo de
descorrerlo.
Nuestros primeros maestros de
filosofía son nuestros pies, nuestras manos, nuestros ojos. Sustituir con
libros todo esto, no es aprender a pensar, sino aprender a servirnos de la
razón de otro, aprender a creer mucho y no saber jamás nada.
En las primeras operaciones del
espíritu los sentidos deben ser siempre sus guías: ningún otro libro que no sea
el mundo, ninguna otra instrucción que los hechos. El niño que lee no piensa,
no hace más que leer; no se instruye, pues sólo aprende palabras.
La razón y el entendimiento
vienen lentamente, pero los prejuicios acuden de una forma atropellada y es
preciso evitárselos (al niño).
Aborrezco los libros porque sólo
enseñan a hablar de lo que uno no sabe.
Todo cuanto han realizado los
hombres, los hombres lo pueden destruir; no existen otros caracteres
imborrables que los que imprime la naturaleza, y ésta no hace príncipes, ni
ricos, ni grandes señores.
Trabajar es un deber inexcusable
del hombre social. Rico o pobre, vigoroso o débil, todo ciudadano ocioso es un
bribón.
La debilidad del hombre es lo que
hace que sea un ser sociable; nuestras comunes miserias son las que llevan
nuestros corazones a la humanidad, nada le deberíamos si no fuésemos hombres.
Todo es signo de insuficiencia: si cada uno de nosotros no tuviera necesidad de
los demás, jamás pensaría en unirse a ellos.
Dulce es la piedad, porque al
ponernos en el puesto del que padece, sentimos empero el consuelo de no sufrir
como él, y amarga es la envidia, porque el envidioso, en vez de ponerse en el
puesto del hombre de aspecto feliz, se lamenta de no estar en él.
Hasta que haya llegado el momento
de tratar a vuestro hijo como un adulto, nunca habéis de lo que os debe, sino
lo que a sí mismo se debe. Ensalzarle vuestros servicios es hacérselos
insoportables, y olvidaros de ellos bastará para que él los recuerde.
Desde que los pueblos quisieron
que hablase Dios, cada uno le hizo hablar a su manera y le hizo decir lo que él
quiso. Si no hubiesen escuchado más que lo que Dios le dijo al corazón del
hombre, sólo habría una religión en la tierra.
El culto que pide Dios es el del
corazón, y éste, cuando es sincero, siempre es uniforme. Es una loca vanidad
imaginarse que Dios tenga el menor interés en la forma del atavío del
sacerdote, en el orden de las palabras que pronuncia, en los ademanes que hace
en el altar, y en todas las genuflexiones. Dios quiere ser adorado en espíritu
y en verdad: este es el deber de todas las religiones, de todos los países y de
todos los hombres. En cuanto al culto exterior, si debe ser uniforme para el
buen orden, ése es puro asunto de policía, y para eso no hace falta revelación.
Cuando trabajan mucho los brazos,
la imaginación descansa; cuando el cuerpo está muy cansado, se sosiega el
corazón.
El fuerte Sansón no era tan
fuerte como Dalila.
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