Las películas de apocalipsis están de moda. Cuando no son
extraterrestres, son zombis. El caso es pintar un mundo que se va a hacer
puñetas y donde sólo sobrevive un puñado de occidentales lamentándose del
paraíso perdido. El punto está en que sean occidentales. Supongo que porque
duele más. Porque nadie en su sano juicio elegiría otra época que no fuera ésta
ni otro lugar que no sea occidente. Aquí y ahora la vida vale más, el otro
significa algo, y el futuro tiene más sentido de lo que lo tuvo jamás en
ninguna parte ni para ninguna otra generación. Y, sin embargo, malgastamos la
ventaja.
El llamado grupo BRICS es la confirmación de esta realidad.
Países emergentes que se alían buscando alternativas a nuestro sistema
económico y a nuestra cultura. Extraterrestres que vienen con un nuevo plan de
vida bajo el brazo. Solo que no sé yo si el futuro que proponga China, la India,
África o Rusia significará precisamente una mejora.
Lo que me lleva a pensar en ese documental en el que unos científicos
conmemoran la llegada a la luna de la primera nave no tripulada. Milagro de la inteligencia
diríamos si no fuera porque aquellos jóvenes talentosos estaban ahora tan
viejos que cuando querían señalar a la luna no atinaban ni a controlar el
temblor de su propio dedo. Como a los yogures de antes de Cañete, se les pasó
la fecha. Cualquiera con algo de sentido común se preguntaría si no habría sido
más inteligente usar tanto talento en remediar la vejez, qué sé yo, el hambre, antes
que en jugar a la Guerra de las Galaxias. En esto ha dilapidado occidente su
talento. En quincallería. Entre religión y economía de monopoly han puesto la
vida por las nubes. Luego, claro, llegan los zombis y nos pillan desprevenidos.
A unos gritando auxilio y, a otros, al cielo con ella.
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