En tiempos en los que nada tiene
valor, se sobrevalora la fe. Dicho desde el cariño, claro. No sólo te piden creer sin ver sino creer a
pesar de lo que ves. Cuando alguien le preguntó a San Agustín qué hacía Dios
antes de crear el mundo le respondió: moldeando un infierno para la gente que
pregunta estas cosas. Y Allen Paulos apunta en su libro Elogio de la irreligión a ese mito hindú
según el cual el mundo descansa sobre un elefante y éste sobre una tortuga,
pero que cuando se pregunta a los sabios hindúes sobre qué descansa la tortuga,
replican: cambiemos de tema. Ese cambiar de tema es la esencia de la fe.
Ahora mismo hay ciento cincuenta ancianos
reunidos en una capilla tratando de elegir al representante de Dios en la Tierra.
Que Dios les ayude. Aunque una buena ayuda sería que diera la cara y que, a la
vista de todos, Él mismo eligiera a su propio representante. Esto reforzaría la
fe de mucha gente. Mientras no se demuestre que es Dios quién elige, lo único
que está demostrado es que elegir no es sinónimo de acertar. El pueblo elige a
sus políticos y acierta menos que la bruja Lola. Una pequeña aristocracia elige
al Papa y falla más que Rajoy con las predicciones del PIB. Se supone que el
mismo Dios elige a los reyes, y no atina ni con los Reyes Magos.
El juzgado de Lleida tuvo que
elegir entre conceder permiso a un
prostíbulo o a una mezquita y ha elegido el prostíbulo. Al menos un
prostíbulo comercia con algo real y palpable. Y sólo pone en crisis la poca fe
que teníamos en el derecho administrativo. No me creo que agotemos todas
nuestras opciones con tan poco. Prostíbulo o superstición. Papa o Ayatolá.
Corrupción o Dictadura. Como niños que sólo funcionasen bajo amenaza. O como adultos que han perdido la fe en el
sentido común.
Publicado en El periódico Extremadura el 9 de marzo del 2013
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