quédese con el cambio: MANUAL PARA REZAR CORRECTAMENTE EL PADRENUESTRO

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sábado, 3 de septiembre de 2016

MANUAL PARA REZAR CORRECTAMENTE EL PADRENUESTRO



Cuando los griegos y romanos se dirigían a los dioses empleaban un lenguaje retórico, cargado de miedo, respeto y engolamiento. Los judíos no les iban a la zaga. Fue el cristianismo el que introdujo esa modalidad de oración en la que uno se dirige a Dios como quien habla con su propio padre.

La verdad es que la oración nace como necesidad colectiva, pero la colectividad la pronuncia por medio de un emisario, el sacerdote, que es el único que tiene jurisprudencia en los asuntos sagrados. Nace y se mantiene por siglos como pater noster, oración que el sacerdote recita en latín y que el pueblo llano, a la vuelta de los años, se limita a escuchar sin entender ni una palabra de lo que está pasando. De ahí la conveniencia de convertir el pater noster en padre nuestro.


 El documento más antiguo escrito en castellano en el que el sintagma “padre nuestro” se une por vez primera para formar un solo vocablo es en los Diálogos familiares de la agricultura cristiana, escritos por Juan de Pineda en 1589, donde ya se habla de las “excelencias del padrenuestro”. Sin embargo, no entra a formar parte del lexicón de un diccionario hasta que en 1705 Francisco Sobrino lo incluye en su Diccionario nuevo de las lenguas española y francesa. La Academia lo hace por primera vez en el RAE de 1884.

El padrenuestro, convertido en rezo inteligible, es ya una oración con vocación intimista. Admitamos que también los romanos gastaban un lenguaje cercano e íntimo en las oraciones destinadas a los dioses familiares, pero aquí estamos hablando de dirigirse al Dios Supremo, al Gran Jefe, el Todopoderoso, que no se distinguía precisamente por ser un dios campechano. Esa fue una de las revoluciones que traían los evangelios; en concreto, el de Mateo (Mt 6:9-13) y de Lucas (Lc 11:1-4), los únicos donde se nos revela este nuevo modo de hablarle a Dios. Desde entonces, esa ha sido la oración preferida por los occidentales.

 Ya hemos señalado su valor como oración colectiva, si admitimos, claro, que entendemos la colectividad como una masa inculta, infantil y bárbara a la que hay que mediar en la relación con su propio padre. Ahora bien, ¿sirve esta oración para ser rezada en la intimidad por un hombre moderno que quiere rezarla con plena conciencia de lo que está haciendo? Yo sospecho que no, que la oración, como todos los textos antiguos, está falta de una rehabilitación a fondo.

Para entender hasta qué punto falla hay que imaginarse que en verdad estamos manteniendo una conversación, privada e íntima, con nuestro padre. Un padre del que nos han asegurado, además, que deja en pañales al mismísimo Superman. Y, como somos modernos, y el padre está en el cielo y tú a pie de tierra, podemos imaginar que la conversación es por medio de una llamada de teléfono.
Así pues, tú marcas el número, él descuelga ¿y tú le dices, hola padre nuestro? ¿Nuestro? No tiene sentido. Estáis los dos solos. Ni siquiera tendría sentido que le digas padre mío. Suena retórico, distante y cursi. Y si lo que queremos es establecer, como queda dicho, un lazo de fraternidad y cercanía, no hemos empezado bien.

La oración continúa con un desconcertante: que estás en el cielo. ¿En serio? ¿Mi padre me descuelga el teléfono y yo le digo, hola, padre que estás en Avenida Constitución, s/n, Cortegana, Badajoz? Como poco, suena raro. A no ser, claro, que tenga Alzheimer y haya que andar recordándole a cada paso dónde se ubica, como si en vez de un hijo fueras la señora del GPS. Pero no es el caso.

Santificado sea tu nombre, suena directamente a peloteo. Se lo ponemos a huevo para que nos diga: a qué viene esa tontería, hijo; claro que debes santificar mi nombre, pero no me lo digas a mí en voz alta como si nos estuviera grabando la CIA y limítate a cumplirlo cada vez que tengas ocasión.

Venga a nosotros tu reino, me recuerda a cuando, siendo un tímido jovenzuelo, pretendía pedirle prestado el coche a mi padre y, sin saber bien por dónde empezar, me enzarzaba en un preámbulo interminable de frases de entretenimiento con la que encerarle los oídos. A estas alturas, si en vez de mi padre celestial, fuera mi padre terrestre y verdadero, ya me habría dicho: hijo, por todos los santos, ve al grano y dime de una vez para qué me has llamado, que son las tantas de la noche.

Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: vamos a ver, te han dicho que tu padre es el Todopoderoso, el dueño e inventor del cotarro, ¿y tú le vienes con esto? ¿es que en verdad hay alguien en la tierra o en el cielo que se pueda oponer a su voluntad? ¿O es que tratas de decirle que dudas de sus poderes? Después de escuchar esta frase imagino al padre diciéndome: hijo, ¿estás bien? ¿te estás automedicando?

Danos el pan de cada día, perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros deudores y no nos dejes caer en la tentación. Esto ya es algo. Al menos estás pidiendo algo concreto. Aunque se contradice con lo anterior. Si ha de hacerse su voluntad, ¿quién nos dice que su voluntad no sea que falte o que sobre el pan o que nuestras ofensas queden sin perdón o  que, si se le antoja, nos deje caer en el negro pozo de las tentaciones? Es el boss, el puto amo, a qué meternos en camisa de once varas. Dejémosle usar su voluntad como le plazca.

Líbranos del mal. Por fin nos hemos atrevido a pedirle la moto. Esto sí es meter el dedo en la llaga. Que se nos libre del mal es algo que tiene sentido pedirle a quien todo lo puede. Con esta sencilla frase le estamos diciendo: si en verdad eres mi padre y si en verdad eres todopoderoso, no dejes que el mal se ensañe conmigo. Líbrame de las tentaciones, líbrame del hambre, de la enfermedad, de la muerte de mis hijos, la miseria, la humillación; en fin, de todas las cosas que en el mundo parecen haber sido puestas para el humano sufrimiento.

De modo que, despiojando la oración de retórica, el padrenuestro perfecto es el que dice, simple y llanamente: padre, líbrame del mal. Aunque, claro está, para que el mensaje sea perfecto, falta que al otro lado del teléfono haya un receptor con el oído atento, el corazón compasivo y la voluntad engrasada.  

2 comentarios:

  1. Casaría de suyo con tu fino sentido de la ironía —responsable, entre otras bondades, de señalar los cristales rotos sobre la pista de baile— esa perla de sabiduría popular que lanza a los cuatro vientos su plegaria escarmentada: «Del agua mansa líbreme Dios, que de la brava me libraré yo». Completaría el ajuar de tu teoanálisis, espejo de mano para despejo humano, la oportuna relectura de la estampa histórica que titulaste Juicio a Dios (enero de 2015) y en la que arrojas un rayo de luz sobre la peculiar desmesura que supuso el fusilamiento del Padre avalado por intelectuales del régimen soviético, quienes probablemente andaban celosos de que un Ser extraño a la doctrina marxista hiciera sombra a los delirios revolucionarios de control...

    Enhorabuena por la bitácora, referencia imperdible para quien, con gratitud, saludándote se despide.

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    1. gracias por pasarte por aquí y por dedicar unos minutos a escribirme. Un abrazo

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