Cada año nuevo es un nuevo laberinto y tú un Teseo con una
madeja de tiempo entre los dedos. Me ayuda pensar en el mito de Teseo cuando
trato de buscarle un sentido a este laberinto del vivir. Si sustituyes
laberinto por el día a día y, donde dice Minotauro, dices tus particulares problemas
y conflictos, resulta fácil entender el valor del mito. Tú eres Teseo. El
hombre o la mujer perdida, el que vaga a tientas en busca de la luz y la salida,
eso que algunos llaman felicidad y otros, simplemente, no sentir desprecio por
uno mismo al final del día. Pero, si fuera solo esto, de bien poco nos
serviría. El papel de Teseo no es el de un aficionado a los deportes de riesgo.
No es un esnobista al que le excita la posibilidad de perderse entre los
recovecos de un laberinto. Lo que le convierte en símbolo es su modo de superar
los miedos, ese salir a encararse con el Minotauro, coger al toro por los
cuernos, enfrentarse al problema y acabar con él de una vez y para siempre.
En la tradición hindú hay un cuento que habla de unos
hombres que se perdieron en la jungla. Durante semanas vagaron por un laberinto
de árboles y montañas hasta que comprendieron que, si nada lo remediaba,
morirían de hambre y sin haber encontrado el camino de regreso. En esas estaban
cuando salió de entre los árboles un elefante blanco. Tan flacos y desesperados
los vio que ni siquiera tuvo que preguntarles cuál era su problema. Se
compadeció de ellos y les dijo que, si continuaban andando unos pocos
kilómetros, encontrarían al pie de un barranco el cadáver aun caliente de un
elefante con el que podrían reponer fuerzas. Después, les dijo, siguiendo tal y
tal sendero, saldréis al fin de la
selva. Volveréis a casa. Se acabó el laberinto. Dicho esto, se fue. Los
hombres, mal que bien, echaron a andar. Y, en efecto, al llegar al barranco,
tal y como les prometiera el elefante, encontraron el cuerpo recién muerto de
un elefante blanco, el mismo que les había indicado el camino. Se había
sacrificado para salvarles.
Cuando mis hijos eran pequeños solía contarles esta historia.
Es un cuento sobre darse en alimento a uno mismo, entregar tu tiempo, tus
energías, tu saber, en beneficio de otros. Pienso, por supuesto, en mis padres.
En casi todos los padres. Pero igual podría servir para comprender el papel del
arte y de los artistas. Con la carne de músicos, escritores, pintores,
bailarines, actores, vamos, sin saberlo y sin agradecerlo, alimentando el
hambre de un alma que sin ellos sería ya sólo materia económica. Son nuestro
elefante blanco. Y nuestro Teseo. Porque
no hay que olvidar que Teseo se metió en el laberinto para resolver un problema
que ni siquiera era suyo. Eso es lo que le convierte en héroe. La generosidad.
El anteponer el bien ajeno al goce propio. De eso es de lo que estamos un poco
faltos. Individual y colectivamente. España, como usted, como yo, tiene su
laberinto y su Minotauro, lo que no encuentra es su Teseo. Por eso, puestos a pedir, para estos reyes magos,
olvídese de la tablet y pida un Teseo.
Publicada en el diario HOY el sábado 3 de enero de 2015
Como siempre !!! con el lápiz bajo control. Yo también me pido un Teseo.
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