Felicidad es la palabra más repetida
durante estos días. Todo el mundo se desea felices fiestas, feliz año nuevo,
pero qué es la felicidad, dónde encontrarla. García Gual, Javier Gomá y
Fernando Savater acaban de publicar Muchas felicidades, un ensayo
sobre la felicidad vista desde los ojos de la filosofía epicúrea, que es mi
preferida. Epicuro desconfiaba de los dioses, se mofaba de Aristóteles y
pensaba que Platón era un pestiño. Ni la inmortalidad ni el más allá. Sólo
aquello que hiciera amable la vida presente. Aquí y ahora.
Contaba Primo Leví en Si esto es
un hombre que, durante su cautiverio en Auschwitz, a cada prisionero se le daba un
mendrugo de pan y que, sin poder evitarlo, les agobiaba la idea de que el
mendrugo del vecino fuera siempre mucho mayor y sabroso que el propio. Tras
algunos regateos, a veces se procedía al intercambio. Pero, cuando se tenía en
las manos el mendrugo del otro, como por arte de magia, se había transformado
en un pedazo tan ridículo e insípido como el que les tocó en suerte desde el
principio. Esta constatación de la realidad, este saber que sus esperanzas
estaban fundadas sobre quimeras nacidas del hambre, les entristecía y les
llevaba a la depresión.
Da la sensación de que a mucha gente le
ocurre hoy en día algo similar con las redes sociales. El hambre de felicidad
nos hace mirar el muro del vecino que, a nuestro parecer, siempre está colmado
de fiestas más divertidas, relaciones más interesantes, viajes más exóticos, cenas
más majestuosas que las nuestras. Entonces tratas de no quedarte atrás, que tu
vida no sea esta colección de días intercambiables, camuflar esta apariencia de
fracasado sin remedio pero, como Leví, cuando lo intentas, algún mago follón y
malandrín te pone en la mano un mendrugo de dura, tosca y gris realidad. La
felicidad debe ser otra cosa. No puede ser este continuo mantener la
apariencia, este rellenar currículum, esta exhibición constante, esta
exposición impúdica de tus días y de tu vida. Porque una vez que lo
tienes todo, descubres que no tienes nada. Y entonces, bienvenido al desierto
de lo real, que dicen en Matrix.
Es curioso que durante tanto tiempo
hayamos creído que la aniquilación nos vendría en forma de virus. Solo hay que
pensar en el éxito de The Walking Dead, esa serie sobre pirados y
zombis. Sin embargo, como apunta Chul Han en su ensayo La
sociedad del cansancio, el peligro del siglo XXI no es viral sino neuronal. Nuestras calles no
las invaden los zombis sino los depresivos, los desesperados, los infelices.
Mal que bien, contra los virus hemos encontrado remedios clínicos, pero la
infelicidad se burla de nuestros secretos inmunológicos.
La felicidad, de ser algo, es poca cosa.
Es epicúrea. Si estas navidades usted sentara a Epicuro a su mesa, no sería el
invitado borracho ni tragón, sería el sensato que le quita el teléfono de la
mano. El que come mendrugo cuando hay mendrugo, y jamón cuando jamón toca. Le
desearía feliz navidad, sí. Pero para el que solo cree en el aquí y ahora, cada
vez que nace el sol es una natividad.
Publicado en el diario HOY el sábado 27 diciembre 2014
Magnífico artículo. Yo me siento a tercias, estoico, epicúreo y escéptico. Creo que son formas complementarias.
ResponderEliminarYo me siento cada vez más recia, de los Recio de mi pueblo, vaya! ;)
ResponderEliminarBesos
Gostei do artigo. Não conhecia bem a filosofia de Epicuro. A ideia que Epicuro tinha era a de que, para ser feliz, o homem necessitava de três coisas: liberdade, amizade e tempo para filosofar. Esta visão faz muito sentido para mim.
ResponderEliminarAbraço