Esto no es México, claro está, aquí no
desaparecen los muchachos en manadas ni anda a tiros la gente por la calle. Es
verdad que aquí no vive uno con el corazón en un puño cada vez que una
muchedumbre se reúne en un mercadillo público como en Irán o en otros países de
triste memoria, temiendo que en cualquier momento un descerebrado te haga
saltar por los aires en mil pedazos pequeños al grito de Dios es grande. No
somos Palestina, no somos Colombia. Somos un estado europeo en vías de un
admisible grado de civilización. Por eso mismo las heridas duelen mucho más.
Por lo que pudo ser y no es. Porque tenemos el paraíso a golpe de vista. Somos
como esos seres mitológicos a los que se condena a un hambre perpetua frente a
un paisaje de inalcanzables viandas.
No hay día en que no me pregunte por
qué nuestra realidad es como es y no de otra manera, más lógica, más venturosa.
Me paseo por los dormitorios vacíos de mis hijos ausentes y me pregunto qué
hemos hecho mal, por qué mi hijo está en Alemania trabajando a salario del
siglo XIX o por qué yo mismo escribo a céntimo la línea, sin prosperar nunca,
sin que nunca explote el boom de la gente honrada, sin conocer bonanza para la
gente industriosa y pacífica. Amamantado desde cachorro con ese sentimiento de
haber vivido por encima de tus posibilidades, te vas a la cama convencido de
que aún podría ser peor, que debes estar agradecido a los que te ponen el
gusano en el bolsillo y el pie sobre el cuello. Hemos despertado en pleno siglo
XXI con la certeza de hallarnos encerrados en un laberinto con un monstruo
insaciable pisándonos los talones.
Y aún hay quien se pregunta por qué
Podemos se ha convertido en una ilusión para tanta gente. Como si no
comprendieran que para muchos decir izquierda o decir derecha es hablar del
mismo monstruo. Podemos es el Teseo que toda generación anhela. Pero Teseo no
es nadie sin una Ariadna afuera. Me
asusta que cuando en la calle se habla acerca de los viajes de Monago el
comentario más común sea de envidia, de que pocos son treinta y dos viajes para
un cuerpazo como ese, y cosas así. Me inquieta que los asuntos del tal Nicolás
se vean como hazañas y no como corruptelas. Me aterra que la lucha contra la
corrupción acabe en un quítate tú del sillón business para ponerme yo. Si Ariadna no juega limpio el único que sale
ganando es el monstruo.
Claro está que yo de política hablo de
oídas, por intuición de gato escaldado. Solo soy un tipo que busca respuestas
en libros antiguos. Una de las primeras novelas escritas por manos europeas es
El asno de oro. En ella, el protagonista, por su mala cabeza, se convierte en
burro de carga. En esta triste condición se ve obligado a pasar un calvario. Al
final se le aparece la diosa Isis, le da a comer una rosa y el tipo recupera su
condición de hombre, pero ahora más sabio, más digno, más humano. Algunos creen
que Pablo Iglesias es nuestra Isis y nuestra rosa. No lo sé. De lo que no hay
duda es que nosotros aun estamos en la fase del burro.
Publicado en el diario HOY el sábado 15 noviembre 2014
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