De todos los cachivaches que los
hombres han ido inventando a lo largo de los siglos el más insolente es sin
duda el espejo. Hasta donde yo sé, los espejos están hechos del mismo material
que esos amigos que presumen de decirte las verdades a la cara, sólo que el
espejo te las dice a unas horas en las que tú no estás para nada, y menos que
nada para que te recuerden que cada día estás más gordo, más fofo, más feo, más
viejo. Y que te vas a morir. Esto de que te vas a morir es un soniquete que nos
dicen los espejos y que nosotros mismos repetimos en cada entierro, pero
siempre con la boca chica y refiriéndonos a un tercero.
.- Qué te pasa, mamá, te noto afligida.
.- Nada, hijo, que se ha muerto una chica del barrio, y me entristece.
.- ¿Y era mayor?
.- ¡Qué va, de mi edad!
Y mi madre tiene ochenta años. Sólo los tristes y los mártires se ven
en la edad propicia para morir. Este es el sustrato de la literatura de todos
los tiempos. Y, claro está, los
guionistas de series de televisión se ponen las botas escribiendo sobre este
miedo universal a saberse mortal y rosa. Breaking Bad, por ejemplo, la serie
que tantos y tan merecidos premios está cosechando, no ahonda sino en el pánico
a la muerte.
Lo cierto es que Breaking Bad debería haberla escrito un español.
Baste con decir que va de un maestro, Walter White, al que putea el ministerio
del ramo, que tiene un segundo trabajo que cobra en B, aunque, juntando los dos
salarios, no le alcanza ni para la hipoteca de la casa. Como él tiene tanto
trajín, su señora, mientras tanto, se trajina a otro. Y en el colmo de las
desgracias, en el hospital, al bueno de Walter White, le dicen que lo que tiene
en el pecho no es una medalla de la Virgen de Wisconsin sino un cáncer de
pulmón. Dos años le dan de vida.
Y aquí es donde la historia deja de ser española. Un maestro español,
cuando se siente acorralado por las desgracias, maldice al mundo en su muro de
facebook y se va a preparar las clases para mañana. Walter White no. Walter White se convierte en capo de la mafia.
Se muere igualmente y deja igualmente a su familia sin dinero, sin honor y sin
alegría, pero él se ha pasado dos años viviendo a tope. Lo que yo me pregunto
es por qué hay que esperar a que un médico te recuerde que te vas a morir para
vivir la vida como te da la gana.
Como si no hubiera espejos en tu casa. Si en vez de aguardar a que una
enfermedad le pusiera el pie en el estribo, Walter White hubiera decidido ser
feliz desde la primera vez que un espejo le mostró que era de carne efímera, no
habría necesitado beberse la vida de un breve y amargo sorbo. Claro que
entonces no habría serie ni Walter White se habría convertido en el antihéroe
de la modernidad, el que pasa a la acción con el pie cambiado y a deshora, metáfora
de los que vivimos la vida a medio gas, posponiendo lo que importa para el día
de mañana, cuando el viaje toca a su fin y las verdades del espejo son ya un
sobresalto.
Publicado en el diario HOY el sábado 5 de septiembre del 2013
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