Imagine usted el cuadro. Final de
la Copa de Naciones. Sobre el terreno, el Atlético Club Persa, capitaneado por
el imbatido Jerjes I, un Mourinho con calzas y arandelas. Al otro lado, la
escuadra griega, unos advenedizos que tienen como pichichis a Temístocles y
Euribíades, dos canteranos. Lo único a su favor es que juegan en casa, en el
estrecho estadio de Salamina.
El árbitro hace sonar el
silbato. Los de Jerjes ruedan el
esférico. Hasta ahora, los persas no han perdido ni en los entrenamientos. Y nada
presagia hoy distinto desenlace. Ochocientas naves de Jerjes contra trescientas
de la escuadra griega. Pan comido. Aunque en el fútbol no hay enemigo pequeño.
Los persas, acostumbrados a jugar
en estadios superlativos, se apelotonan en el centro de este campo de regional
preferente. La armada griega aprovecha para hacerse con el control de la pelota
y meten el primer tanto. Gol. El público ruge. Jerjes pone cara de póker.
Tranquilos, chicos, grita desde la banda, en la ronda anterior eliminamos al Racing
de Esparta por 300 a cero, y estos no son mejores que los de Leónidas. Jerjes le
hace la peineta a Temístocles. Pero el griego, ajeno a provocaciones, sigue a
lo suyo. Roba el esférico, lo envía a Euribíades, éste corre la banda,
triangula, centra por alto y, aprovechando que los de Jerjes no saltan para no
despeinarse el tupé, el delantero griego anota de nuevo. Los griegos se vienen
arriba. La defensa persa es un coladero. Temístocles dribla a un rival, a dos,
echa el balón a la cazuela y Euribíades remata de chilena. Golazo. Fin del partido. Tremendo resultado
final de 200 a 40 a favor de los griegos. Jerjes mete el dedo en el ojo de un
juez de línea. Recurre el partido. Afirma que el estadio es un lodazal, que el
público arroja objetos al campo y grita palabras racistas a los jugadores.
Cosas así hace constar en el acta. Y los de la FIFA, que siempre se ponen a
favor del espectáculo, ordenan un nuevo partido. Esta vez en Platea, donde los
griegos, que le han cogido las vueltas al rival, propinan a Jerjes otra
soberana paliza. El torneo es, ahora sí, definitivamente para Grecia.
Desde entonces, Jerjes renunció a
los partidos internacionales y se jubiló compitiendo en asequibles liguillas
caseras. Aquel partido de Salamina se
jugó tal día como hoy de un 480 a. C. En cierto sentido, amigo mío, usted y yo
somos como somos gracias a aquellos canteranos que defendieron los colores de
su camiseta como campeones de la democracia, es decir, del mundo libre. De haber
triunfado Jerjes, ni Sócrates ni Aristóteles habría habido en el mundo. Incluso
puede que hoy Europa fuera un puñado de países desunidos en norte y sur por distintos
grados de riqueza, donde las monarquías tendrían actual sentido, donde la
superstición y las religiones estarían a codo con las ciencias y el progreso
social quedaría al alcance exclusivo de las clases privilegiadas. Y eso sí que
no. Los descendientes de Temístocles no lo habríamos consentido. Sería como si los
Mourinhos y Jerjes se salieran siempre con la suya.
Artículo publicado e2500 años después de la Batalla de Salamina en el diario HOY
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