RELATOS DE KOLIMÁ, Varlam Shalámov
Editorial Minúscula. Traducción Ricardo San Vicente
Hambriento y rabioso, yo sabía
que nada en el mundo me obligaría a suicidarme. Fue justamente entonces cuando
empecé a comprender la esencia del gran instinto de la vida (…), que el hombre
se hizo hombre no porque fuera una criatura divina o porque estuviera dotado de
un fantástico dedo pulgar en cada mano. No, sino porque era físicamente más
fuerte, más resistente que el resto de los animales, y más tarde, porque había
sabido poner sus principios espirituales al servicio de su ser físico.
Si la desdicha y la necesidad han
forjado, han hecho nacer una amistad entre unos hombres, esto significa que la
necesidad no era extrema ni muy grande la desdicha. La desgracia no es la
bastante honda y dolorosa si se la puede compartir con el amigo.
El hombre es feliz porque sabe
olvidar.
Escribir, imprimir, todo eso era
vanidad de vanidades. Todo aquello que nace fruto del provecho no puede ser
supremo. La mejor obra es la no escrita, aquella que tras engendrarse,
desaparece, se esfuma sin dejar huella, y solo la dicha del poeta, que él
sentía y que con nada se puede confundir, probaba, que la poseía se había
creado, que se había creado belleza.
Hay personas que siempre lo saben
todo, que todo lo adivinan. Hay también otras que en todo ven el lado bueno, y
su temperamento sanguíneo, incluso en la situación más dura, siempre encuentra
alguna fórmula para reconciliarse con la vida. Para otros, al contrario, los
acontecimientos se mueven siempre hacia lo peor, estos se muestran recelosos
ante cualquier mejora de su situación, que consideran un despiste del destino.
Y esta manera diferente de pensar depende muy poco de la experiencia personal,
parece como si se diera en la niñez, para toda la vida.
Tanto en el pasado como ahora,
para lograr su cometido, el escritor ha de ser una suerte de extranjero en el
país sobre el que escribe.
Rusia es un país de
comprobaciones, tierra de controles. El sueño de todo buen ruso, sea recluso o
esté en libertad, es que lo coloquen a comprobar algo, a controlar a alguien.
El campo de trabajo es una
escuela negativa de la vida, negativa por entero y en todos los sentidos. Nadie
sacará nunca del campo nada útil, ni el propio preso, ni sus jefes, ni los
guardianes, ni los testigos involuntarios –ingenieros, geólogos, médicos-, ni
los superiores, ni los subordinados. Cada minuto de la vida en el campo es un
minuto envenenado.
Muchos compañeros habían muerto. Pero
algo más poderoso que la muerte no le dejaba morirse. ¿El amor? ¿El odio? No. El
hombre vive por la misma razón por la que vive el árbol, la piedra, el perro.
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