Señor Juez:
me dirijo a usted para que no se responsabilice a mis padres por el acto que estoy a punto de cometer. Actúo por mi sola voluntad y con pleno dominio de facultades, a sabiendas de que es una decisión drástica, pero meditada durante meses. Que nadie diga que lo hice huérfano de una voz amante que recondujera mis ánimos; en realidad, varias fueron las personas que trataron de disuadirme, aunque a estas alturas de mi vida lo tenía ya tan decidido que nada habría evitado que hiciera lo que voy a hacer: voy a matricularme en la Facultad de Humanidades.
Sí, ya sé que a usted también le parecerá un despropósito y un suicidio intelectual que malgaste mis mejores años en algo tan sin provecho, pero qué quiere: contra vocaciones fuertes no hay quien luche. Y, sólo para que conste, dejo por escrito mi certeza de que, en el mejor de los casos, me esperan cinco años de carrera, dos de CAP, tres de oposiciones, diez años en los que habré sangrado la economía familiar, habré anestesiado mi amor por la literatura y ahogado el poco o mucho interés que tengo por el arte, aunque, eso sí, seguiré tan ignorante como hasta ahora, sólo que algo más cínico y pedante.
Nada me gustaría tanto como seguir los consejos de mi pobre padre que se desespera para que me haga banquero, compra-venta de oro, tertuliano de sobremesa, concejal de algo, cualquier cosa de utilidad y por la cual la sociedad sienta un mínimo de respeto, menos encaminarme hacia el sector de la educación, abandonado de Dios y de los hombres; pero, ya le digo, no puedo contenerme. Debe ser por el exceso de sopa de letras que ingerí de pequeño. Sea como fuere, y a punto de firmar la matrícula, me despido de cualquier oportunidad de llevar una vida de lucro, placer y boato.
Suyo, Pánfilo Bendito
Suyo, Pánfilo Bendito
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