AMONIACO: Los
datos etimológicos que la RAE aporta sobre el término amoniaco son, como suele,
escuetos y casi enigmáticos. Dice que proviene del lat. ammoniăcum, y este del gr. αμμωνιακoν, de Amón, Júpiter, en Libia, poco más; pero quién fue
este dios y como pasó de Egipto a Grecia y de ahí a Roma para después acabar
convertido en un vomitivo y más tarde prestar su nombre a un gas, es un proceso
fascinante que trataremos aquí de poner en claro.
Para
empezar, la fecha de su nacimiento es un misterio, porque no tuvieron los
egipcios, o no ha llegado hasta nosotros, un notario como Hesíodo que
registrara las distintas eras en que los dioses dieron forma a los mundos. Lo
que sí se sabe es que su patria natal fue Tebas y que su mayor esplendor lo
alcanzó durante la duodécima dinastía, entre el 2000 y 1800 antes de Cristo. Y
fue en esta ciudad, adoradores desde tiempos inmemoriales del dios Ra, es
decir, el Sol, donde Ammón llegó a ser identificado con el mismísimo dios
supremo, por lo que pasaría a ser venerado con el nombre de Ammón-Ra.
Por lo común
se le representa con forma humana y masculina, portando en una mano un cetro y
en la otra el ankh o llave de la vida. Dos plumas de avestruz le coronaban la
frente como símbolo de la verdad y a su oídos dos cuernos de carneros. Este
detalle de los cuernos tiene primordial importancia en el posterior desarrollo
de la palabra, como en su momento se verá.
En el Diccionario universal de la mitología o de
la fábula, publicado en 1835, podemos leer que "los egipcios miraban a
Ammón como el autor de la fecundidad, pretendiendo que este Dios daba la vida a
todas las cosas y disponía de la influencia de los aires; por cuya razón
llevaban su nombre grabado sobre una plancha que ponían sobre el corazón como
un preservativo poderoso. Era tal la confianza en su poder que creían que el
pronunciar su nombre bastaba para procurarles toda clase de bienes en
abundancia".
El caso es que
cuando Alejandro llegó a Libia con toda su pompa y su poder no tardó
en ser identificado con el dios Ammón y, por lo que se sabe, él no hizo nada
para que los libios pensaran en contrario. Lejos de eso, se llamó a sí mismo
hijo de Júpiter-Ammón, y sus gentes adoptaron sus ritos y los llevaron por todo
el imperio heleno, adaptándolos, eso sí, a la idiosincrasia y al repertorio
mitológico griego. Así, podemos leer esta curiosa versión que Juan Bautista Carrasco recoge en su Mitología Universal: historia y explicación de las ideas
religiosas, de 1864: " Ammón y Amun era para los griegos un dios egipcio
y líbico, del cual enlazaron una aparición en la historia de Hércules. Un día
este héroe recorriendo los áridos desiertos de la Libia, experimentó una sed
ardiente: invocó a Júpiter en su auxilio, pero Júpiter no parecía; mas un
carnero se le presentó de repente, poniéndose á escavar la tierra con sus
cuernos, cuando un surtidor de agua pura y cristalina empezó á brotar á los
pies del viajero (...)
O esta
otra, escrita por Pausanías en su Descripción de Grecia: “En la ciudad de
Esparta está el santuario de Ammón, pues parece que desde el principio fueron
los lacedemonios los griegos que más usaron del oráculo de Libia”.
Y de
Grecia pasó, como tantas otras cosas, a Roma. No es difícil entender que
Júpiter, dios romano de la adivinación, fuese hermanado con el dios Ammón,
puesto que, como ya sabemos, ambos poseían idénticos poderes y funciones. Los
romanos, tan supersticiosos ellos, adoptaron de los libios la superstición de
invocar a Júpiter-Ammón para que les procurase abundancia. Dicen que en el
tempo de Júpiter-Ammón de Roma existía una estatua del dios que era todo un
prodigio de tecnología, una especie de autómata que movía la cabeza, y cuando
su sacerdotes le llevaban en procesión, les indicaba el camino que debían
seguir.
Lo que
aquí interesa saber es que en el interior de estos templos consagrados a
Júpiter-Ammón había unas piscinas donde se arrojaban los cuernos de los
carneros sacrificados. Estos cuernos, al descomponerse, depositaban en el agua
unas sales, las sales de Ammón, que debían oler a todos los demonios, y que
fueron usadas durante mucho tiempo como vomitivos, pero de las cuales se
aseguraba que dotaban de poderes visionarios a los sacerdotes. Hoy lo que
sabemos es que aquellas aguas putrefactas de lo que les dotaba era de un chute
de gas amoníaco que los dejaba al borde del éxtasis, cuando no de la muerte
misma. En su favor hay que decir también que las sales de Ammón fueron durante
siglos la única profilaxis conocida contra la peste. Así, encontramos en el libro Medicina y cirugía que trata de las vísceras
en general, 1599, del cirujano Juan Calvo: "Mezclado el amoníaco
con myrrha, miel colada, polvos de lyrio cardeno, y azeite de arrhayan y puesto
sobre las ulceras purridas y fordidas, las mundifica, limpia y las inche de
carne en breve tiempo."
La
palabra, a decir de Joan Corominas, se registra por primera vez en castellano en
1440, pero será en 1787, con la publicación del Méthode de nomenclature chimique del químico Louis
Bernard Guyton de Morveau, cuando adopte su acepción moderna de gas
incoloro, que recoge la RAE.
1. m. Quím. Gas incoloro, de olor irritante,
soluble en agua, compuesto de un átomo de nitrógeno y tres de hidrógeno. Es un
producto básico en la industria química. (Fórm. NH3).
2. m. Quím. Disolución acuosa de amoniaco al 35 %, que desprende amoniaco gaseoso.
3. m. Goma resinosa
en lágrimas o en masa, compuesta de grumos de color amarillo rojizo por fuera y
blanco por dentro, de sabor algo amargo y nauseabundo y olor desagradable. Se
usaba como medicamento expectorante.
Para
acabar, añadir que también se denominan "cuernos de Ammón o Amonitas"
a las conchas fósiles con forma de cuerno de carnero, registrada en castellano
desde 1884. Por otro lado, existe una especie de carnero particular de África
que también recibe el nombre de Ammón.
Y
es de este modo, sutil, eficaz y vigoroso, en que un dios, convertido en
palabra, en múltiple nombre, pasa a ser, efectivamente, inmortal.
De mi libro Hombres con nombres
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