Definitivamente, el de Diablo es el peor
oficio del mundo. Expulsado del paraíso por la Patronal en un juicio sin
mediador y sin representantes sindicales, Lucifer, tras varios años de leal
servicio, quedó en la calle a una edad en la que otros no piensan sino en retirarse.
Él, sin embargo, con ese espíritu emprendedor que caracteriza a los audaces, en
lugar de venirse abajo, como harían otros, buscó un subterráneo asequible y se instaló
por cuenta propia. Y eso que no obtuvo del Creador ni subvenciones ni ayudas a
la creación. Desde entonces, ahí lo tiene usted, recaudando almas para su causa,
puerta a puerta, partiéndose los cuernos, como un pobre diablo.
El mismo día de Nochebuena apareció por mi
casa. Triste estampa. Empezó a soltarme su cansino rollo de los tres deseos a
cambio de mi alma y yo le dije que si no le daba vergüenza ir por ahí, a su
edad, engolosinando a la gente. Más triste es de robar, me respondió. A fuerza
de años y desengaños, el Diablo, como Clint Eastwood, se ha ido convirtiendo en
un tipo sensible. Tres veces, me dijo, he echado currículum en una compañía
eléctrica, por si me aceptaban como asesor, en la confianza de que de algo habría
de servirme el título de Señor de las Tinieblas, y tres veces he sido negado.
En opinión de la encargada de recursos humanos, para qué demonios iban a querer
ellos un diablo disponiendo ya en cartera de un par de ex presidentes de
gobierno. No se lo tenga usted en cuenta - le dije yo, por animar- este es un
país de desagradecidos. Ahí tiene usted a Gallardón, sin ir más lejos. Se
estruja el hombre la sesera para sacar adelante esa nueva Ley de Protección de
la Vida del Concebido, que nos pone a la par con potencias internacionales como
Bolivia y Malasia, y que si quieres arroz, Catalina, nadie se lo agradece,
excepto Jean-Marie Le Pen y dos o tres ayatolás iraníes.
Usted, insistí, con ese don natural que
tiene para prometer cosas de difícil cumplimiento, lo que debería es dedicarse
a escribir discursos institucionales, como el que pronuncia el rey por estas
fechas. No creas que no lo he pensado, me confesó algo mohíno, pero a ver quién
es el guapo que aguanta sin reír mientras escucha a un monarca soltar eso de que
lo que el Estado necesita es más esfuerzo
y realismo; yo, al menos, no puedo, me dan ciclogénesis explosivas de la
risa y lo paso fatal. Y en política, si le soy sincero, prefiero no meterme. Cuando
pienso que a mí me echaron a la calle por poner una manzana en la boca de una
mujer mientras que ahora se forran
poniendo impunemente a miles de familia a las puertas del hambre, me doy
cuenta de que al lado de estos profesionales soy un bendito. Tanta lástima me
dio el pobre diablo que casi estuve a punto de decirle que se quedara con mi
alma y con los tres deseos. Pero, al final, tras mucho regateo, no fue posible
cerrar un trato. Resultó que tengo el alma hipotecada con el banco para dos
eternidades. Definitivamente, el de Diablo es el peor oficio del mundo.
Publicado en el diario HOY el sábado 28 de diciembre del 2013
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