A las nueve de la noche, cuando afloja la calor, estábamos en el Mesón Pata Negra, una cerveza, mi soledad y un servidor. En frente, rumiándose las uñas, medio perdida en el laberinto de sus cavilaciones, una señora de muy buen ver y de un mejor mirar, pero a quien la tristeza pintaba extrañas caligrafías en las mejillas.
Hay cosas que uno no puede consentir y una de ellas es el espectáculo de una mujer hermosa dándose un solitario banquete de melancolía. De modo que me acerqué y le ofrecí palique. Su cara me suena, le dije en un momento dado, pero ahora no sé de qué. Justo ese es mi problema, confesó la señora. Yo soy la Realidad y ya nadie me reconoce. Estoy por alistarme a un reality, como Ronaldo o Lucía Etxebarría , a ver si con la notoriedad me hacen caso.
No se venga usted abajo, señora, exclamé por darle ánimos, que ese es el recurso de los desesperados. Es que estoy desesperada, respondió ella. Siglos lleva una intentando que el personal acepte que el vivir son cuatro días y que no hay mayor locura que pasar tres de ellos entre miserias y trifulcas por una pésima organización; pero, chico, que si quieres arroz Catalina. Ellos venga inventar dioses y religiones, venga ingeniar sistemas económicos que no hacen más que crear conflictos y confusión, venga crear patrañas con las que hacer del mundo un estercolero. Y, como si se cachondearan de mí, a ese vivir enajenado le llaman Realidad.
La verdad, dije yo, que es una pena, porque, a pesar de sus años, está usted la mar de apetecible. Pues ya ves, hijo, ni puñetero caso que me hacen. Paso a su lado y como si fuera transparente, dijo entre lágrimas. Y se fue a sus asuntos. Eran las nueve de la noche, cuando afloja la calor, quedamos en el Mesón Pata Negra una cerveza, el silencio, y un servidor.
Publicado en El Periódico Extremadura el sábado 20 de Julio del 2013
Increíblemente cotidiano y real... aun no siéndolo.
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