Para el que guste de misterios
sin resolver, aquí lanzo uno que lleva
cuatro siglos esperando que lo descifren. Hablo, claro, del fantasma más
buscado de la literatura española. Don Alonso Fernández de Avellaneda. ¿Que no
le suena? Entonces es hora de que revise sus nociones de historia de la
literatura porque estoy hablando del autor de ese falso Quijote publicado en
1614 y que provocó que Cervantes modificara el rumbo que para su segundo tomo había
diseñado con esmero.
Su historia es rara, rara. Aprovecha
el éxito del primer Quijote cervantino para publicar una continuación, en la
que llama viejo y sin talento a Cervantes, y, sin pararse a recoger el fruto de
su éxito, desaparece para siempre. Como un fantasma de tinta. Se ha dicho que pertenecía
a la cuerda de Lope de Vega, incluso que era el propio Lope. De todo se ha
dicho y de nada hay pruebas. Martin de Riquer tiene, a mi parecer, la teoría
más fascinante: Avellaneda es el pseudónimo de Gerónimo de Passamonte, compañero de armas de Cervantes, enfadado por haberle
sacado en el Quijote con trazas de delincuente.
Pudiera ser. Pero como se acerca el
aniversario del Quijote de Avellaneda y se van a largar muchas burradas, yo voy
a soltar la mía. Yo creo que Avellaneda es el propio Cervantes. No me mire así.
Después de todo, estamos ante el escritor que reinventó los géneros, inventó la novela e inventó ese desdoblamiento
por el cual mete al autor en la ficción y saca al personaje a la vida real. Qué
habría de raro en que inventara también el juego de los heterónimos. Negó al
Quijote la patria y a Avellaneda el cuerpo. Tiene sentido. Hasta puedo
imaginármelo, con un pie ya en el estribo, padre feliz de dos criaturas
inmortales: su talento convertido en Quijote y su borrador convertido en
Avellaneda.
Publicada en El periódico Extremadura, sábado 23 de marzo, 2013
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