quédese con el cambio: PALABRAS PARA MAMÁ

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domingo, 1 de mayo de 2011

PALABRAS PARA MAMÁ

            Nono y Jerónimo custodiándome a mí y a mi chupete 
Hoy que es el día de la madre han nombrado beato a Juan Pablo II. Yo, como no soy religioso, ni me emociono ni me irrito: son un club al que no pertenezco y sus normas me dejan frío. Pero mientras leía la noticia, pensé en mi madre. Pensé justo en el día que le dieron la noticia de que uno de sus hijos tenía un tumor cerebral. Mi hermano Antonio. Cuando leía la noticia traté de acordarme de cómo era entonces mi familia y del desgarro tan tremendo que tuvo que sentir mi pobre madre. Ella era entonces más joven de lo que yo soy ahora. Yo tenía unos seis o siete años y mi hermano Antonio, al que todos llamábamos Nono, un año más que yo. Mis padres, que jamás habían salido de viaje, que trabajaban hasta los días de fiesta, empeñaron hasta las pestañas para que un buen médico tratara a mi hermano. Recorrieron todos los hospitales que su pobre bolsillo les permitía y cuando ya no podían más se volvieron a empeñar y lo llevaron a Barcelona. Pero nada, no había remedio. Entonces mi madre empezó a visitar a curanderas, a santeras, a videntes. Llenó su habitación de estampas, de flores, de estatuas de santos y santas. Rezaba, mi pobre madre, hasta que los ojos se le derretían en lágrimas. Así la encontraba mi padre cada noche al llegar del trabajo. Si existían los santos no podían dejar de escuchar a una madre suplicando por la salud de un niño que enfermó de repente y que se estaba apagando como un pajarillo. Si existía Dios no podía ser tan cruel que permaneciera sordo a tanto dolor, a tanta plegaria. Pero nadie escuchó. La enfermedad siguió su curso y una noche, hace de eso cuarenta años, escuché cómo mi padre arrojaba al suelo todas las estampas y todas las estatuas a las que con tanto fervor suplicaba mi madre.

Mi hermano había muerto.

Hoy nombran beato a un hombre que hizo el milagro, según dicen, de sanar a una monja que se encomendó a su auxilio, del mismo modo que nombraron beato a Escrivá de Balaguer por sanar a un médico que al parecer rezaba ante una estampita con su efigie. Supongo que los rezos de una monja y de un médico del opus tendrán más influencias que los de mi pobre madre que ni siquiera tuvo la oportunidad de ir al colegio y no ha hecho otra cosa en la vida que amar a sus hijos con devoción sin fisuras. Supongo que un médico y una monja serán más útiles en la tierra que otro niño más de otra sencilla familia numerosa. Vale. Pero yo, desde aquella noche en los que el llanto de mi madre y de mi padre retumbaba en el silencio sordo de la noche como un insulto a los cielos, no he vuelto a tener mucha fe ni en la oración ni en las estampitas ni en la equidad de los milagros. Solo creo en el corazón noble, hermoso y fuerte de mi madre.


6 comentarios:

  1. Grandioso. No hay más que decir.

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  2. Emotivo, como madre entiendo ese desgarro del alma... cuando tienes un hijo, una parte de tus entrañas ya no te pertenecen. Si se va antes de hora, te las arrancan en vivo, te dejan un trozo vacío...
    La Fe ayuda a muchas personas, a mi no, desde luego, pero la iglesia católica no se mueve por fe, se mueve por interés...
    Una entrada estupenda.

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  3. Muy bonito y emotivo.... mis padres pasaron por lo mismo y aún así continuaron con FE en Dios y gracias a esa FE mi familia, también numerosa, no se desmoronó despues del fallecimiento de mi hermana.....

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  4. gracias a todos por vuestras palabras. Lo cierto es que no he pretendido hacer un alegato a favor del descreimiento ni nada parecido, solo cuento un hecho, íntimo y real y, por supuesto, subjetivo. Entiendo que cada uno vive la fe o la falta de fe a su modo, y me parece fenomenal. Lo que ya no comparto es el empeño de las Iglesias, de cualquier Iglesia, por imponer su particular fe o por convencer al mundo de que sólo ellos tienen a Dios de su parte.
    Un saludo a todos.

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