quédese con el cambio: ASÍ NACE UN PUEBLO: Almendralejo, la leyenda.

BARRA DE TITULO

martes, 17 de mayo de 2011

ASÍ NACE UN PUEBLO: Almendralejo, la leyenda.


Todos los pueblos, como los cuentos y los ríos, tienen sus principios. Unos de caudal más bulliciosos y alegre que otros, por supuesto. Pero nos sorprendería descubrir que todos, absolutamente todos, tenemos un mismo origen, que todos provenimos del mismo huevo, insignificante o fabuloso según sean los escrúpulos de cada cual. Y esto, que dicho así parece no tener ninguna sustancia ni condimento, es algo de lo que la mayoría de los pueblos huyen como de la peste. A nadie, por lo que se ve, satisface reconocer en su sangre esa puntita de bajeza y animalidad que fatalmente llevamos todos. Vean sino a los griegos, que por camuflar su proximidad con el gorila y el mono, se inventaron los ulises y las helenas, las troyas y los olimpos. O los romanos con sus eneas y sus didos, sus apolos y sus vestales. Por no nombrar a los judíos, que llevan cuatro mil años hablando con Dios y separando en su nombre las aguas de los mares. Aquí el más tonto nació del costado de un dios o es primo segundo de un héroe. Cualquier cosa vale, menos admitir que somos polvo que vuelve al polvo. Pues si así es como ha de ser, que así sea. Y si los demás pueblos se inventan orígenes y leyendas, por qué el mío no ha de tenerlo.
Yo cierro los fantasiosos ojos y puedo imaginarme que aquél puntito que se dibuja a lo lejos es Jasón el marinero que regresa de la Cólquida y que llega muy cargado de alisios y de millas marinas, y que trae dormido en el morral el Vellocino de Oro, recién robado con heróicos trabajos a don Frixos, el muy malvado príncipe de Tebas. Pero ninguna hora les es dócil a los legendarios fundadores de los pueblos, pues, si persisto en imaginar, hasta noto que una cancioncilla dulce y coloreada le lleva como hipnotizado a proa, donde el resto de los argonautas mira como alucinado la desconocida y roja tierra que el mar acaricia en un titubeo de olas amorosas, en gesto tan de enamorado que a los marinos llena de extrañeza y de ternura. 

¿Quién es ese que acolcha los oídos con las manos, como para romper un hechizo, recordando tal vez las historias de sirenas que con su canto ponen a los hombres en el umbral de la locura y acaban arrastrándoles a los fondos marinos, de donde no regresan jamás? Pero esa música no es de sirena sino la del propio mar que llega atravesando carnes y médulas y deja el espíritu sazonado de una melancolía como de cítaras. ¿Es que acaso no oís el modo en que los rudos marineros suplican a Jasón que tenga piedad de ellos y les deje descansar unos días en esta tierra tan delicada y extraña que incluso al mar inspira dulces baladas? Observad con qué galanes modos Jasón accede muy gustoso, que no se nos oculta que a él también le place recorrer esas orillas, rojas como una herida abierta que el mar calma con su lengua de espumas. Ya hunden los pies descalzos en las aguas, ya les llega un viento de perfume almendrado que saluda sus narices y, desde la orilla, una nube de indígenas les recibe con música de tambores y pínfanos, y a Jasón, tal vez por ser el mejor parecido, le engalanan con guirnaldas de conchas y huesos de aceitunas y una virgen, muy morena y muy verde de ojos, le canta una canción de bienvenida con voz suave, amorosa y líquida, que parece como si el mar se hubiera transformado en mujer. 
Tan plácido transcurre el tiempo en esta historia, que pasan los años antes de que nuestros héroes piensen siquiera en su retorno a casa. Pero para entonces ya algún marinero debe tener en estas tierras una morena de caderas confortables esperando hacer de sus noches una travesía sin rumbo y debe tener un primogénito corriéndole por entre los almendros y los trigales.
Y ahora, que uno de nosotros, ese mismo del corazón más henchido de fantasías, no deje ni un instante de mirar a lontananza, y siga con el pensamiento la voz del narrador y compruebe cómo allá, por esa orilla de ese extraño mar del que os hablo, juegan los críos bajo la mirada atenta de un joven campesino muy jinete en su caballo albazano, cuando el mar, borracho de perfume de almendras tostada, celoso acaso de los juegos de los niños que con sus pies desnudos pintan un jeroglífico de huellas sobre esta arena que él ama tanto, pierde el dominio sobre sí y levanta un enorme brazo de agua, rígido de espumas y sal, y agarra al hijo de uno de los argonautas separándole de los demás niños hasta que lo introduce en su vientre, hostil y despiadado.
Escuchad qué gritos y qué llanto tan lastimero el del joven labrador. Mirad cómo acuden Jasón y los suyos tan raudos a la orilla, justo a tiempo de ver los últimos braceos del niño que se pierde en medio de un revuelo de espumas. ¿Quién no se compadece del dolor de ese padre que reniega de su suerte y se rasga las vestiduras y llora y suplica a los dioses tomen su vida a cambio de la su hijo? Entonces, Neptuno, que es dios húmedo y por ello compasivo con las lágrimas, se levanta de un brinco de su sueño abisal, agarra al niño de las narices y lo saca a la superficie convertido ya su cuerpecito en un elegante y garboso delfín que, antes de unirse para siempre al séquito de adoradores del dios del tridente, todavía le queda humor para despedirse de su padre y rogar con voz marina que no sienta tristezas por él, que, si mira con atención, en su próxima salida al mar verá que siempre lo acompaña, dando respingos muy adornados y alegres junto a su barca. Este, por cierto, es el por qué de la querencia de los delfines a los barcos que, como veis, también nació en Almendralejo.
Pero, volviendo a nuestra historia, Neptuno, o Poseidón, o como quiera que le queráis llamar, enfadado con el atrevimiento del mar, por sentar ejemplo  y para que ningún mar o río se le volviese a subir a las barbas, agarró con sus olímpicas manos las orillas del océano y las arrastró a tal distancia de esta tierra que, desde entonces y con esta sencilla pero severa orden de alejamiento, tiene al mar meciéndose en un llanto melancólico por aquel olor a almendras que lo volvió loco de amor  y  que, ay, le queda ya tan lejos, tan lejos.

6 comentarios:

  1. ¡por el mar corren las liebres....tralalá....por el monte las sardinas...tralalá! La verdad. Tengo la sensación de estar leyendo un examen de mitología clásica. ¿Para quién escribes? Mi veredicto.- Le falta swing y tiene poco punch.

    ResponderEliminar
  2. Querido Anónimo: gracias por tu visita, porque para no gustarte ni lo que digo ni cómo lo digo te pasas mucho rato por este blog.
    En cualquier caso, queda dicho: borraré todos los anónimos que sean ofensivos. El que tenga algo que decir que de nombre y apellidos...o que mande a sus padrinos.
    un saludo.

    ResponderEliminar
  3. Querido sr. Recio: No es crítica para ofender, sino, para asimilar.Pero siento en su comentario cierto atisbo de soberbia.
    Mi más cordial saludo.

    ResponderEliminar
  4. Un placer leerte paisano desde los kilometros que me separan de esa cruz en el mapa. Si, aquí achiiioo

    ResponderEliminar
  5. Eh, cuidado, no todos los anonimos somos iguales. Algunos escribimos con cariño y cuidado. Reivindico la diferencia, la distincion.

    A mi si me ha gustado la leyenda magica que, al ser escrita, toca la realidad de algun modo.
    O no es eso la literatura?
    La verdad de las mentiras, de Vargas Llosa

    Saludos

    ResponderEliminar
  6. Para gustos los colores. Es obvio que como Milio y amigo del Sr. Recio, me sobran sólo por ello los motivos para disfrutar la post-al.

    Pero va más allá de eso... es el placer de compartir lo inventado, de leer y que se me pongan la sonrisa en la cara y la piel de gallina... es el placer de compartir historias.

    Por eso no entiendo los anónimos... sean ofensivos o entusiastas... ¿qué miedo hay a identificar opinión (la que sea) con persona (la que sea también)????

    Dicho esto: Bravo, Maestro Florián, me has vuelto a emocionar.

    ResponderEliminar

PÁGINAS