Imelda y Florián
Este es un artículo incómodo, escrito a vuelapluma sobre el respaldo de una silla de hospital. Un artículo que nace por dos circunstancias hospitalarias. Por un lado, el doctor Pedro Cavada acaba de anunciar el primer trasplante de cara realizado en España; por otro, no hace ni diez minutos que he dejado a mi mujer a las puertas de un quirófano. Ya sé que está en buenas manos, que la operación carece de importancia, que ella iba sonriendo y dándome ánimos, como si el enfermo fuera yo. Pero es precisamente esa sonrisa y esa fortaleza la que me ha dejado desarbolado; porque ella es un roble, pero a mí me temblaba hasta el aliento. Habría dado cualquier cosa por tener a mano al equipo del doctor Cavada para que me pusiera una cara que no trasparentase el miedo que le tengo al breve espacio en que ella no está. No ignoro que alguna vez en la vida todos hemos soñado con cambiar de cara. Curiosamente, cuanto más jóvenes menos satisfechos estamos con ella. Al menos a mí me ocurrió, acaso porque nunca fui lo que se dice un tipo guapo. Pero, mira por dónde, un día me sirvió para ligar mi vida a una mujer como no se puede pedir más, y hasta logré que se casara conmigo, por la cara. Ahora la he visto perderse tras una puerta de hospital y es como si al mundo se le parara el pulso. Me he quedado como un pasmarote frente a la puerta, pensando en que un día no muy lejano cambiaremos de cara como quien cambia de camisa, que los cirujanos no saldrán en los papeles sino cuando consigan trasplantes de alma y cirugía espiritual, y que todo eso importará un carajo mientras nos siga azuzando el miedo a perder la única cara que en verdad le da sentido a nuestras vidas. Hasta que no se abra esa puerta y me devuelvan la cara que yo me sé, yo solo soy un hombre sin rostro.
Ahí queda eso... Un post sobre las cosas que de verdad importan.
ResponderEliminar¡Ánimo Florián, a éstas horas ya habrá regresado el alma a tu rostro!
ResponderEliminarNo me importaría operarme de algo sin importancia aunque solo fuera porque alguíen dijese cosas tan bonitas como las que ha escrito Florián.¡Ánimo Imelda!
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