De los millares de
seres terribles que ha inventado la literatura universal, el más terrible, sin
duda, por motivos que cualquiera conoce, es el Dios del Antiguo Testamento; una
mezcla de Sauron, que siempre te ve, y de capo de la Mafia, que si lo ves tú,
aunque sea por un casual, apareces tieso en una cuneta y les dicen a tus
familiares que fue un mal tropiezo. Pero de las mil quinientas páginas largas y
en papel biblia que tiene este libro, el personaje que más me ha inquietado
desde niño es uno al que sólo se le dedican un par de líneas. El ángel de la
espada de fuego. Personaje secundario donde los haya, sin frase y sin nombre
propio, es, sin embargo, como uno de esos retratos de Leonardo da Vinci, que
con cuatro trazos tienes el currículum de su alma frente a los ojos.
En los libros
escolares de mi infancia lo pintaban como a un muchachito rubio y con alas, un
dedo indicándole a nuestros primeros padres el horizonte mientras que en la
otra mano blandía una espada como la meada de un prostático, roja y en abanico.
Mucha melenita rubia y mucha ala de querubín, pero al cabrón no había quien le
arrancara un gesto de piedad, un atisbo de compasión.
Imagínese usted a
Eva, dos hijos pequeños al brazo y un marido confuso y sudoroso a la espalda,
suplicando al ángel, déjeme usted entrar, buen hombre, una sola vez, aunque sea
para coger unas manzanas del economato y algo de ropa para los niños, que
afuera está nevando. Y el ángel, espada de fuego en ristre, que váyase, señora,
reclamaciones al ayuntamiento, que a mí no me venga usted con problemas, que yo
solo obedezco órdenes, verá como me va a complicar la vida y voy a tener que
hacer uso de la espada reglamentaria.
Y es que el amo no le
ha dado un puesto de trabajo para que juzgue sino para que obedezca. Su oficio
consiste en interponerse entre Adán y Eva y la puerta de entrada al Paraíso. No
hace falta preguntarse si cumplió o no su papel.
Por cosas como estas
el Dios del Antiguo Testamento nos parecía terrible, desmesurado, cruel y
vengativo, pero a su favor hay que decir que tuvo un gesto honroso: dejó su rol
de protagonista para convertirse en simple personaje de ficción, desapareciendo
de nuestras vidas hasta que los del Estado Islámico digan lo contrario. Aquel
Dios se fue, alabado sea Dios. Pero el ángel de la espada de fuego no. Ahí
sigue el tipo, impasible el ademán, sin enterarse de nada, con la obediencia
ciega como norte, el gregarismo por encima de la razón y de la piedad. Yo
siempre he creído que esta raza de ángeles de espada de fuego son los que hacen
posibles las guerras, los fusilamientos, los hornos crematorios, los que hacen
desaparecer gente. Si hay que desahuciar, el ángel de la espada de fuego
obedece y desahucia. Si se le manda apalear a adanes y a evas encaramados en lo
alto de un muro con concertinas, se apalea; y aquí paz y después gloria.
Tenaces, ciegos, amaestrados, sordos a la raza humana, obedientes al poderoso.
Son todos esos que se siguen interponiendo entre los hombres y el paraíso.
Publicado en el diario HOY el sábado 25 octubre 2014
Sí, la cosa viene de antiguo. Y lo increíble es que nos comían el coco de tal forma que el dichoso angelito nos parecía el bueno de la película mientras que Eva era una mala mujer y Adán un mandilón sin personalidad. ¡Qué bien montado se lo han tenido siempre estos "salvadores" de la humanidad.
ResponderEliminarUn placer leerte Florián.
Saludos.