Antes de que existiera Internet yo era mucho de Krishnamurti. Durante mi adolescencia leía en sus libros aquello de “la verdad es una tierra sin caminos” y me parecía haber encontrado al fin un clavo ardiendo al que agarrarme. Hasta que pasados los años miré fotos suyas en Internet y descubrí que se peinaba como Iñaki Anasagasti, componiendo una ensaimada con cuatro pelos sobrevivientes. La gran cagada. Qué filosofía ni qué verdad puede haber en un tipo que no acepta su condición de calvo. Más que sus libros, su ensaimada fue la que me enseñó que lo difícil no es levantar una teoría sobre el universo sino aceptar en tus propias carnes que el tiempo pasa y te haces viejo sin remisión.
Algo de este desencanto es el que
deben haber sentido los admiradores de Renée Zellweger cuando la actriz se
presentó con la cara lavada y recién operada días atrás en una fiesta de
Hollywood. Uno de los atributos que más agradecemos los hinchas de Serrat es
esa sabia dignidad con la que muestra sin tapujos su rostro veterano. Si Camilo
Sesto hubiera manifestado idéntica sensatez, a estas horas sería más ídolo y
menos comidilla. Es como si Clint Eastwood renegara de sus surcos y sus
pliegues. Sin perdón. La gente no perdona que sus héroes se muestren cobardes
ante el tiempo, el gran villano. Todos, menos la RAE, sabemos que decir villano es lo mismo
que decir el malo de la película. Y en
la película de la vida el gran villano es el tiempo, es decir, la vejez y sus
secuaces, la enfermedad y la muerte.
Cuando le pregunté al escultor
holandés Kees Verschuren el origen de la sensibilidad política de su país me
contestó sin titubeos que de haber algún secreto habría que buscarlo en la lucha contra el mar. Holanda se
encuentra por debajo del nivel del mar y sin los diques hace tiempo que habría
desaparecido bajo las aguas. La lucha
por la supervivencia afiló su sentido de lo comunitario.
No se me ocurre ningún enemigo más común y más feroz que el
tiempo, que la vejez. Ni todos los océanos de la tierra. Solo el egoísmo y la
cortedad de miras justifican que aun no hayamos aunado fuerzas para levantar diques
definitivos contra ese gran villano. Solo
en España, con el dinero que han burlado los Rato, los Pujoles, los Bárcenas,
Urdangarines, por acotarlo a políticos de la última década, sumado al que hay
que gastar ahora en jueces, fiscales y carceleros, puesto en manos sabias y
estudiosas nos habría colocado a unos metros por encima del nivel del mar, que
es el morir.
Eduardo Punset, en su último libro, Más intuición y menos Estado, asegura que los únicos negocios abocados
a la quiebra son los dirigidos por directivos egoístas y maleducados. Hasta los
concursantes de Adán y Eva saben que España es un negocio secularmente dirigido
por hombres así. Cada cierto tiempo, a ras de las campañas electorales, se
suben a un estrado a pedir disculpas por los yerros cometidos. Lo siento mucho,
no volverá a suceder. Pero ya cuesta creerles. Se les nota demasiado la
ensaimada.
Publicado en el diario HOY el sábado 1 de noviembre 2014
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