Hoy es el cumpleaños de Pablo Guerrero.
Y ahí encuentra uno excusa para hacer un artículo que no le canse a usted hablándole
de corruptos, tarjetas amañadas, políticos sin escrúpulos, mafias, ébolas, y
otras miserias ajenas. Porque lo triste no es que nos desvalijen impunemente la
cartera sino que estén dejándonos mondos de ilusiones. Han contaminado el
paisaje. Y, lo que es peor, han emponzoñado el paisaje literario, que no hay
manera de entrar en un periódico sin mancharse los dedos de desilusión. Por eso
conviene recordar fechas como las de hoy.
Hoy es el cumpleaños de Pablo Guerrero,
un simple poeta, surtidor de himnos. Somos un país complejo, vale, como de
chiste con final incomprensible y sin gracia, vale, pero si a pesar de los
pesares nos la ingeniamos para entregar de vez en cuando un Pablo Guerrero al
mundo es que no todo está perdido.
Lobos sin
dueño es
el título de su trabajo más reciente y, cuando en alguna entrevista le piden
explicación al título, él saca a relucir una anécdota que a mí me llena de
ternura. Cuenta Pablo Guerrero que siendo él niño aún había gente por
Extremadura cazando lobos y vendiendo luego su piel de puerta en puerta. Alguna
vez esa puerta fue la suya. Yo lo pasaba
mal, dice Pablo, y me ponía siempre
de parte del lobo. Y es en ese ponerse de parte del lobo donde encuentro yo
la almendra de toda su poesía, de todo su arte y novedad. Porque en un mundo que tiene por ley y por
consigna mirar con ojos de borrego, la revolución no puede consistir sino en
ponerse de parte del lobo. Y no un lobo cualquiera. Un lobo sin dueño. El poderoso
teme a los lobos sin dueño, puntualiza Pablo Guerrero. Y es que un lobo con
dueño no es un lobo, es un perro de corral, un dogo domesticado. Para el lobo
sin dueño la patria es el hambre y el deseo y su canción es siempre para la
luna, una canción de amor y de distancia. El perro ovejero, como la oveja a la
que guarda, piensa que su patria son las alambradas y los cercados.
La primera vez que escuché a Pablo
Guerrero no tendría yo más de quince años, el alma encharcada de versos de
Bécquer y de Machado, por eso me impresionó tanto su poesía íntima y certera,
su aullar de lobo sin dueño. Islas hay en
el mundo donde vivir querrías, dice un verso suyo, y yo tardé años en comprender que esas islas
son los amigos que tuve y que ya no tengo. Cantó en el Olimpia canciones de
siega y de desasosiego. La primera vez que Europa escuchó hablar de Extremadura
fue de sus labios. Antes que Landero fue Pablo Guerrero. Ahora sé que tuvo
problemas con las discográficas por querer cantar manteniendo su acento
campesino, las casas de discos le empujaban al castellano neutro de la oveja
mansa, y él se negó del mismo modo que se negaría si le hubieran obligado a
subrayar su extremeñismo por razones de mercado. No nos engañemos. No es más
extremeño que nadie. Su patria es su albedrío y tiene por atlas su propia
melancolía. Lobo sin dueño, surtidor de himnos, Pablo Guerrero,
el de la barba en flor, que los siglos te canten, como te canto yo.
Publicado en el diario HOY el sábado 18 octubre 2014
Muy bueno. Un sentir parecido...
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