A
propósito de lo dicho por el ministro del Interior de regular el uso del burka
en nuestro país, me acordé de un viaje que hice a Lleida por asuntos de
trabajo. Supongo que también para usted decir Lleida es decir Cataluña, que es
como decir la ventana por donde se mira a Europa y al progreso. Pero, donde
esperaba encontrar una ciudad occidental y moderna, me encontré una legión de
mujeres rebozadas en burkas y otras indumentarias de las que desconozco el
nombre, pero estoy seguro que usted no necesita que le dé más explicaciones
para saber que hablo de una vuelta atrás al tiempo y al sentido común. Digno de
verse y de escandalizarse. Y no sólo por la indumentaria. En un momento determinado
cortaban el tráfico de ciertas calles, casi todas céntricas, para que la gente
colocara sus alfombras en el suelo y cumplieran sus rezos y sus ritos, ya que
las numerosas mezquitas que florecen por la ciudad no dan abasto. Y en el
cielo, el canto de los almuédanos llamando a los fieles a la oración. Como una
página de El callejón de los milagros de Naguib Mahfuz, pero escrita por alguien con un
sentido anacrónico del espacio y del tiempo.
Estoy
pacíficamente en contra de las procesiones de Semana Santa y hasta de las
cabalgatas de los Reyes Magos, de cualquier manifestación religiosa que se
salga fuera del recinto de lo estrictamente privado, así que imagine lo que me
pasó por la cabeza ante este espectáculo medieval. Me asusta y me apena. Sobre
todo por Europa.
Pensaba estas cosas hace unos días sentado en el
teatro romano de Mérida durante la representación de Edipo rey. Una noche de
verano preciosa, rodeado por más de dos mil mujeres y hombres que ríen y se
emocionan a la par. Llegar a esto ha sido un milagro colectivo. Y no se puede
ser tolerante con quienes pretenden arrebatárnoslo. De hecho, detesto la
palabra tolerante como a la sacarina con la que nos han suavizado todos los
venenos. Hay muchas cosas con las que no se puede ser tolerante. Ni con los
violentos ni con los esclavistas ni con los que cubren a las mujeres como a
muebles en día de mudanza ni con los que prohíben la risa, la música o el
canto. Mucho menos con los que pretenden regresarnos al pasado en nombre de Dios.
El astrónomo Garik Israelian, afincado en Tenerife y promotor del festival
Starmus donde en unas semanas intervendrá el mismísimo Stephen Hawking,
considera un insulto para la naturaleza inventar un Dios para explicar lo que
no entendemos.
Europa no puede ser como Edipo, aferrado a
unos principios de tolerancia y piedad que le llevan irremisiblemente a sacarse
los ojos con sus propias manos y entregar el reino a manos extrañas. Coincido
con la tesis de Javier Gomá en su libro
Ejemplaridad Pública de que en términos
políticos, lo contrario de la barbarie no es el absolutismo, sino la democracia.
Pero aún coincido más con Zygmunt Bauman, el sociólogo que inventó el
concepto de “modernidad líquida” para
referirse a esa idea de que el cambio es lo único permanente y la duda la única
certeza.
Publicado en el diario HOY el sábado 6 de septiembre del 014
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