No sé si soportaré
un video más de alguien arrojándose un cubo de agua en la cabeza. Si no toman
las autoridades cartas en el asunto, al menos deberían hacerlo los fabricantes
de barreños. Hay gente como yo mismo que le está cogiendo tal manía a la broma
que nos sale urticaria con solo ver un balde, que es que veo una cubeta de La
Sureña y me dan ganas de echarle los seis quintos por encima a alguien, sin
quitarles la chapa ni nada.
Ya sé que la intención es noble, que es una
forma original de recaudar fondos para una buena causa. Pero precisamente lo
que la mata y la invalida es lo original. Estoy convencido de que Dios nos echó
del paraíso no por el pecado original sino por pecar de originales. Es decir,
que esto viene de antiguo. Del Antiguo Testamento. Imagino la cara de Eva la
primera vez que su marido se presentó en casa en calzones, preguntándole
escandalizada, ¿pero qué es eso con lo
que tapas tu aparato reproductor masculino propio de los mamíferos?, a lo
que Adán respondería más o menos así: basta
de ir en pelota picada como un animal cualquiera, de ahora en adelante seremos
originales. Y de ahí a llegar a la moda de los selfies era solo cuestión de
tiempo.
Cuesta admitirlo,
pero en cada gesto de originalidad hay escondido un grito de socorro. La gente
busca ser original porque va a morir, porque va a desaparecer, porque le da
pánico ser olvidada y quiere que la recuerden aunque sea por una gilipollez. Antes
tonta que olvidada. De eso se trata cuando en las bodas se busca la
originalidad en el vestido de la novia, de eso se trata cuando se pretende llegar
a la iglesia en un medio de transporte en el que no haya llegado nadie, arrojar
al cura en un paracaídas y celebrar el rito en el cielo, o bajo el agua, o en
la montaña más alta o en la sima más profunda.
Es una obsesión la
de la originalidad que a algunos lleva a la sepultura. Literalmente. El otro
día paseando por un cementerio encontré una lápida en la que la última voluntad
del fallecido había sido que estamparan en la losa una foto suya abrazado a una
sandía gigante. Y ahí están los dos, él sonriendo por la originalidad y la
sandía roja por dentro de vergüenza. Ríase usted de ese músico resentido que
adjuntó una placa a su tumba con la leyenda: Montoro, cabrón, ahora ven y cobras.
Yo
creo que todo lo complicamos demasiado, que querer diferenciarse de los demás
ya es en sí mismo como para hacérselo mirar, pero pretender marcar diferencias
haciéndote, por ejemplo, mil tatuajes en el cuerpo o un selfie a los pies de un barranco es para que te encierren
directamente. Y mira que ser original tampoco es tan difícil. Quieres ser
diferente: se amable. Buscas la singularidad: se educado. Pretendes ser
interesante: se pacífico. Cuando quieras ser distinto, se silencioso, no
molestes, no seas un grano en el culo y ya te habrás distinguido de más de la
mitad de la humanidad. Si quieres que te recuerden, se generoso, regálate en
cada acto. Y si lo que pretendes es
colaborar en algo benéfico, abre el monedero y cierra el grifo. Y deja en paz
el puñetero barreño.
Publicado en el diario HOY el sábado 30 agosto del 2014
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