A partir del próximo otoño será posible viajar en tren sin
escuchar más ruido que el de tus propios pensamientos. Por supuesto no será en
todos los trenes. Solo en AVE y en un vagón especial, el de cola, al que van a
llamar Vagón del Silencio. Un viaje sin móviles, sin niños, sin música de
fondo. Sin ocasionales vecinos impertinentes. Solo el silencio. Soy defensor
del transporte público, pero aún lo soy más del silencio y del, por favor, no
molesten.
Después de varios
viajes de largo recorrido por autobús, acorralado entre películas de video a
todo volumen y conversaciones telefónicas de gente contando a voz en grito las
disfunciones de su vesícula, se le atenúa a uno la voluntad ecologista y acaba
recurriendo al coche. La mala educación es sicaria de las petroleras. Es
preferible el calentamiento global a la mala hostia particular. Te mandan
directamente a la soledad de tu coche, único reducto del silencio voluntario.
En toda la ciudad no encontrará usted una sola cafetería
donde al silencio no lo pisotee una máquina tragaperras, una televisión, una
música de ambiente. De mal ambiente. Desapareció el silencio de las tiendas de
ropa, de las zapaterías, de los supermercados. No hay paz en la playa, ni en la montaña. Ni siquiera en el teatro. El
otro día en el Romano de Mérida interpretaban La Ilíada en griego con
subtítulos en español y un tipo se pasó media función leyendo los subtítulos en
voz alta, hasta que le pedí silencio y por poco se arma la de Troya. El
silencio es como el unicornio, nadie lo ha visto, una rareza tal que si del
mismo modo que se celebra un festival de teatro clásico se celebrara un día del
silencio obligatorio, la ciudad se llenaría de turistas, ávidos de sosiego. Ahí
dejo la idea, para emprendedores con un par.
Dice Cunqueiro en alguna parte que los dioses aman el
hexámetro y el silencio. Y tanto lo aman
que lo escondieron en el rincón más remoto de nuestra cabeza. El cerebro humano
es la máquina del movimiento perpetuo. Genera pensamientos sin parar, no se
calla ni dormido. Y el pensamiento arrastra a la lengua y de la lengua no salen
más que tonterías. Muchas veces te arrepientes de lo que dices, pocas de las
que callas. Por eso los místicos y los filósofos se pasan la vida rezando,
meditando, que no son sino formas de acallar el pensamiento. Algunos lo
consiguen, y lo flipan. Solo un minuto, un segundo, un chispazo, pero la
sensación es tan intensa que les cambia la vida. En unos sitios se le llama nirvana
y en otros éxtasis, pero la idea es la misma. Escuchar el silencio.
Alguien debería estudiar la relación entre silencio y crisis.
Somos un país en eterna crisis y en ruido perpetuo. Los alemanes hablan menos,
y no quiero decir más. En nuestros presupuestos hay poco fondo para la
protección del silencio, mucho para generar ruido. Casi dos millones de euros
costará renovar los móviles de los diputados y las líneas ADSL de sus casas. Los
señores que velan por nuestro sosiego hablan como viven, y viven a todo tren.
Sin límites y sin vagón del silencio.
Publicado en el diario HOY el sábado 26 de julio del 2014
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