Con los primeros vientos de la tarde, el suelo de la calle se ha llenado de
hojas muertas. Lo de muertas lo pone uno aquí por dárselas de romántico porque
la verdad es que es ahora cuando se diría que tienen vida propia. Son hojas
asamblearias que han hecho cónclave a los pies de la acera
y, después de unos instantes de parlamento en remolino, han emprendido una
marcha ruidosa y unánime calle abajo. A saber a dónde van y con qué propósito. Estoy
tentado de seguirlas. Luego caigo en la cuenta de que el color es suyo y el
ruido y el número, pero la voluntad es del viento, que es invisible. Y ni siquiera es vegetal. Paso. Estoy
aburrido de tantas manos invisibles. Mejor sigo mi propio camino.
Lo malo es que en mi camino me acabo cruzando con un amigo que trae una triste
historia entre los brazos. Ha recogido de un contenedor de basura un cachorro
de perro bodeguero y no sabe bien qué hacer con él, si adoptarlo o llevarlo a
la perrera. Curiosamente, esa misma mañana la Asociación Cacereña para la
Protección y Defensa de los animales lanzó un grito de socorro para ayudar a once
perrillos que alguien abandonó a su suerte en un pueblo al norte de Cáceres. Si por mi hija fuera los adoptaríamos a todos,
pero estamos de acuerdo en que el problema no radica en nuestra capacidad de
adopción, que es muy limitada, sino en la crueldad de algunos hombres, que no
tiene límites.
Si no tienes compasión por una criatura que no roba ni insulta ni miente ni
engaña, cómo vas a tenerla por alguien que compite por tu tierra y que presume
de que su Dios mea más largo que el tuyo. Ningún perro verás a lo Pujol,
alardeando de San Bernardo siendo chihuahua o ratonero. La patria de un perro
es la lealtad como la de los hombres es la ceguera. Herman Hesse, que hoy
cumple sus primeros ciento treinta y siete años de eternidad, escribió en
alguna parte que lo del patriotismo está muy bien, pero que está mejor sentirse
humano, y cuando ambas cosas entran en conflicto lo prudente es darle la razón
al ser humano.
Lo que olvidó contar Herman Hesse es que la palabra humano está muy sobrevalorada, y que en ella lo mismo cabe un
santo que un hijo de la grandísima. Humanos son esos cuerpos de Gaza o de Ucrania o de cualquier otra
parte donde los cadáveres se arremolinan como hojas muertas, y humano es el que
rubrica la orden para que eso ocurra y levanta con su firma una ventisca de
odio y sangre. El cine nos hizo creer que esos horrores eran cosas que pasaban inevitablemente
en otros tiempos y en otros lugares, que para ser malvado había que vestir
abrigo largo de cuero negro y hablar idiomas aherrojados, pero la realidad es
más simple, la realidad es que todas las guerras y sus atrocidades tienen su
germen en los ojos de un tipo que mira de frente a un cachorro, lo arroja a un
contenedor de basura y se va a dormir a su casa tan ricamente.
Publicado en el diario HOY el sábado 2 de Agosto del 2014
Mi abuelo decía que "El que maltrata a un animal no tiene buen natural". ¡Qué vamos a decir de los perros! ¡Esas miradas enternecedoras y mucho más que humanas!
ResponderEliminarMuy cierto, todo va unido.Precisamente en el trato con los animales se ve con más claridad la forma de ser y de sentir de las personas.Y quien es capaz de abandonar a un perrillo indefenso es capaz de todo.
ResponderEliminarExcelente como siempre, Florian.
Saludos.
La realidad es muchas veces mas dura que una película.
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