Me sumo a los que claman al cielo por
lo que ocurre en Israel, escandalizados de que un pueblo como el judío, que ha
sufrido barbaries sin cuento, gaste tanta saña contra los palestinos. Pero
también admito que es un escándalo estéril e ingenuo. La violencia es un
laberinto del que no se sale con la fuerza sino usando la razón como Teseo.
Tarde o temprano, con la fuerza, acabas muerto, como el Minotauro.
Si algo hemos aprendido con tantos siglos
de violencia es a ser más violentos. No es patrimonio de un pueblo ni de una
raza ni de un sexo. Es siempre una y la misma, la violencia del fuerte contra
el débil. Ya dijo Tucídides que quien puede utilizar la fuerza no tiene
necesidad de acudir a pleitos. Somos tan tercos que si alguna vez los
palestinos se musculan y se convierten en un estado vigoroso, puede usted
apostar a que serán ellos los que bombardeen aldeas y maten niños ajenos. Desde
los egipcios a los yanquis, es lo que hay. Los pueblos que asoman la cabeza por
la Historia lo hacen pisando la de las naciones más débiles que se les ponen a
contramano.
Para eso, precisamente, se creó la ONU,
para que ningún pueblo volviera a sentirse raza superior y paseara por el
recreo atemorizando y enseñando músculos. La coraza de los pueblos modernos es
la Ley y el Derecho Internacional, pero, si eso fracasa, fracasa la
civilización, y sus niños están condenados a morir en la arena de cualquier
playa.
El judío mata al palestino porque tiene
poder e impunidad para hacerlo. Y es esa impunidad lo que nos estremece.
Algunos hasta se fotografían sentados tan ricamente en sus hamacas mirando caer
desde sus terrazas la tétrica lluvia de bombas sobre suelo enemigo. No es que
seamos antisemitas o antipalestinos, es solo que somos una especie cruel,
enganchados a la violencia. Ni siquiera entiendo por qué llaman violencia de
género a la que ejerce el hombre sobre la mujer como si toda no fuera una misma
violencia. La violencia del bruto. Se muestra en el niño corpulento que se
aprovecha del niño escurrido, en el joven que se aprovecha del anciano, en el
sano del enfermo y en el rico sobre el pobre.
Y de todas las formas posibles de
violencia ninguna tan monstruosa como la que ejercemos sobre los animales
porque en ellos tiene abrigo todo desamparo. Da igual que sea colgando a un
galgo de un olivo que matando toros al compás de una banda de música. La
violencia es el idioma universal de los depravados, de los que tienen el alma
tísica y el diálogo les queda dos tallas grande, siendo el diálogo la nata de
la civilización. Fíjese usted en que todos los violentos justifican sus actos
en el nombre de un dios o una bandera o un arte ancestral. Pero lo único cierto
es que entre la civilización y la barbarie se levanta un muro de violencia.
Dicen que estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios; pero apuesto que eso
lo escribió un violento para justificarse. Si Dios hubiera leído esa bobada,
con su dedo de inaugurar adanes habría escrito sobre el cielo: anda y que os
parta un rayo.
Publicado en el diario HOY el sábado 19 de julio de 2014
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