Algún dios dictó una orden de alejamiento entre el
dinero y yo que trato de incumplir cada mañana. Lo he intentado todo, incluso
por el infecundo método del trabajo. Y que si quieres arroz, Catalina. La plata
se aleja de mí con el espanto que un afiliado del PP se aleja ahora del joven
Nicolás. Allá ella. No lo sabrá nunca, pero yo le habría sido un marido
cariñoso. Y fiel. Amaría el sonido cantante y sonante de su voz, jamás se
la pegaría con una tarjeta de crédito, por muy black que se pusiera. Pero el dinero
no atiende a razones, como la señora esa de las sombras de Grey, prefiere a
quien lo encadena y lo maltrata.
Y el dinero ni siquiera encabeza la lista de mis
preferencias. Más envidio una cucharada de talento que un bolsillo a rebosar de
euros. Pero con el talento pasa como con la plata. Lo tiene quien lo tiene, no
el que lo busca.
Que yo sepa, solo he tenido en mi vida un talento
especial. De niño era el Butragueño de la melancolía, el Induráin de las
quimeras. El Nadal del embeleso. Era lo que se dice un niño raro. Como con
añoranzas de algo no vivido, usted ya entiende. Lo achaco a que nací el mismo
año en que The Beatles sacaron su primer disco. Siempre tuve la sospecha de que
el día de mi bautizo, cuando cayó el agua bautismal sobre la pila, en mi cabeza
no sonó a glú-glú sino a Love me do y a Twist and Shout.
Pero en Extremadura estaban más por Machín y Marchena que por Lennon y
McCartney. En vez de hippie, bolero y sombrero cordobés. Cómo no sentir
melancolía cuando abres los ojos al mundo y donde esperabas encontrar un siglo
XX te encuentras un XIX con más salud que un abuelo con herencia. Si fuera
verdad eso que dice Aznar de que la hiperregulación contra la corrupción puede
apartar a la gente inteligente de la política, entonces habría que pensar que
hemos estado hiperregulados desde que se murió Viriato.
Cuando descubrí a The Beatles mi melancolía se
disipó. Refugiado en sus canciones podía disfrazarme de muchacho normal y salir
a la calle a hablar de coches, de fútbol, comprarme zapatos de cordel y
jerséis de Lacoste y pantalones chinos con total disimulo. La voz de Lennon era
un chaleco antibalas. Hermano mayor, amigo a las sueltas y a las agarradas,
nunca escaqueó su ayuda. Ni siquiera cuando le mataron. Aún hoy, a
treinta y cuatro años de que un imbécil le pegara un tiro, cuando le necesito,
acude como si tal cosa. Es lo que tienen los tipos con talento, que van a lo
suyo y ni se enteran de que están muertos. Nada simboliza tan certeramente el
triunfo del mediocre sobre el talento como aquel disparo. Basta con poner la
televisión unos minutos. Y no es solo en España. Europa entera parece sentir
vértigo a meterse en el siglo XXI. Ahora que empezábamos nosotros a pillar el
paso.
Una de las canciones de Lennon dice Nothing's
gonna change my world. Nada cambiará mi mundo. Se equivocaba. Todo
cambia, usted y yo cambiamos, el mundo va cambiando en lucha entre lo
mediocre y el talento. Lo que parece no cambiar nunca es el dinero, que siempre
se arrima a los mismos.
Cuánta razón te sobra!!
ResponderEliminarMe encanta tu expresión " infecundo método del trabajo" por ése método lo inténtamos muchos, y muchos somos, los que tenemos la misma desolada impotencía.
Inténtalo con la docéncia, ser funcionário también tiene sus ventajas.
Un saludo