ALONSO RODRÍGUEZ,
1538-1616
Autor de Ejercicio de perfección y
virtudes cristianas, impreso en Sevilla en tres volúmenes durante el año
1609 con un éxito tremendo, tanto que se imprimió casi una veintena de veces en
Alemania, siete en Francia e Inglaterra, se tradujo al armenio, ruso, árabe,
húngaro, chino y griego moderno.
DEL
SILENCIO Y DE LOS BIENES Y PROVECHOS GRANDES QUE HAY EN ÉL
Uno de los medios que nos ayudará mucho para aprovechar en virtud y
alcanzar la perfección será refrenar y mortificar la lengua; y por el
contrario, una de las cosas que más nos dañará e impedirá nuestro
aprovechamiento será descuidarnos en esto.
Pero veamos qué será la causa de encomendarnos tanto este negocio. ¿Tan
grave es hablar una palabra ociosa? ¿Es
más que perder un poco de tiempo que se gasta en decirla, un pecadillo venial
que se quita con agua bendita? Más debe
de haber en ello que perder un poco de tiempo, y de más peso deber ser este
negocio de lo que parece.
Decía el P. M. Nadal, muy espiritual y muy docto, que para reformar una
casa, y toda una religión, no es menester más de reformarla en silencio. Haya silencio
en casa, y yo os la doy reformada.
De lo dicho se sigue una cosa digna de advertir en esta materia. Que esta
manera de vida recogida, andar uno con sus ojos bajos, no querer hablar ni oír
sino lo necesario, haciéndose sordo, ciego y mudo por Dios, no es vida triste
ni melancólica, sino antes alegre y muy gustosa.
Sientan otros lo que quisieren, porque cada uno dice de la feria como le va
en ella: lo que de mí sé decir es que la ciudad
me es cárcel y la soledad paraíso.
¿Pues qué queréis que hagamos? ¿Habemos de ser mudos? Mínime. No queremos decir eso, dicen los santos, porque la virtud del silencio no
está en no hablar. Así como la virtud de la templanza no está en no comer, sino
en comer cuando es menester y lo que es menester, y en lo demás abstenerse, así
la virtud del silencio no está en no hablar sino en saber callar a su tiempo: tempus tacendi, tempus loquendi.
Las circunstancias que son necesarias para hablar bien pónenlas comúnmente los santos Basilio,
Ambriosio, Bernardo y otros. La primera y principal es mirar primero muy bien
lo que se ha de hablar, y la misma naturaleza nos da bien a entender el recato
grande que habemos de tener en esto, pues así guardó y escondió la lengua, no
solamente con una puerta y cerradura, sino con dos: primero con los dientes, y
después con los labios; muro y antemuro puso a la lengua, no habiendo puesto a
los oídos guarda ni cerradura ninguna: para que por ahí entendamos la
dificultad y recato que habemos de tener en hablar, y al prontitud y facilidad
en el oír.
La segunda circunstancia que habemos de mirar en el hablar es el fin e
intención que nos mueve a hablar; porque no basta que las palabras sean buenas,
sino es menester también que el fin sea bueno: porque algunos, dice san Buenaventura,
hablan cosas buenas por parecer espirituales, otros por venderse por agudos y
bien hablados, de lo cual uno es hipocresía y fingimiento, y lo otro vanidad y
locura.
Lo tercero, dice san Basilio, que es menester mirar quién es el que habla y
a quién y delante de quién habla.
La cuarta circunstancia, dice san Ambrosio, es mirar el tiempo en que se ha
de hablar, porque una de las principales partes de la prudencia es saber decir
las cosas a su tiempo.
La quinta circunstancia que ponen los santos para hablar bien es: loquendi
modus. El modo y tono de la voz. Todos hablen con voz baja. Esta es una muy
principal circunstancia del silencio, o por mejor decir, una muy gran parte de
él. A esta circunstancia del modo de hablar dice san Buenaventura que pertenece
también hablar con serenidad en el rostro, no haciendo gestos con la boca, o
encogiendo o extendiendo mucho los labios, ni mostrando señales en los ojos o
arrugas en la frente o en la nariz, ni menos en la cabeza, ni hablando mucho de
manos, que es lo que encomienda nuestro santo Padre en las reglas de la
modestia.
Bien célebre es la sentencia del santo abad Arsenio: Me saepe poenitutit dixisse, numquam autem tacuissse: muchas veces
me pesó de haber hablado, y ninguna de haber callado.
Y San Jerónimo: lapis emissus est
sermo prolatus: la palabra que salió de la boca es como la piedra que salió
de la mano, que ya no podéis hacer que no vaya y haga el daño.
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Fragmento del libro No sufrir compañía, de Ramón Andrés, donde, a su vez,
se extractan fragmentos de obras de místicos españoles del siglo XVI y XVII que hablaron sobre el silencio y la
soledad voluntaria.
Editorial
Acantilado
Título número
203
Primera edición
de 2010
ISBN:
978-84-92649-42-6
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