Cuando el médico me pide que diga
treinta y tres a mí me sale
inevitablemente PPsoé y yo le pregunto si eso es normal y, ya puestos,
aprovecho para preguntarle qué se supone que debe hacer un ciudadano
responsable, votar, no votar, y en caso de hacerlo, contra quién votar. Todo
son preguntas. Todo es incierto. Porque, no es que yo pretenda amargarle a
usted la mañana, doctor, pero ¿acaso a usted no le inquieta saber si existe un
más allá, acaso usted no se preguntó nunca si hay seres inteligentes en otras
partes y, si los hay, cómo es que a ninguno le dio por meterse a político?
Esta angustia empieza a
preocuparme. Temo que sea un tumor. O un padrastro maligno. El caso es que a
mí, de un tiempo a esta parte, cada vez que cierro los ojos se me aparece Arias
Cañete pidiéndome disculpas por algo. Y si los abro es peor. En vez de
disculpas, me pide mil euros para sus gastos de bolsillo. O se me aparece Rajoy
diciéndole a Vara, Guille yo soy tu padre, con la voz de Darth Vader.
Recéteme cualquier cosa fuerte, doctor,
algo que me deje fuera de juego hasta las presidenciales del 2035. No sé qué
podría recetarte, me dice el tipo, yo sólo soy tu peluquero. Vale. Eso explica
muchas cosas, le digo yo. Este babero sobre mi pecho, por ejemplo; y esa navaja
sobre tus manos. Pero lo mejor es que pongamos fin a esta relación de un modo
civilizado. Dejé unas monedas sobre el
mostrador y salí a darme uno de esos paseos higiénicos que dicen que son tan
buenos para aclarar la mente.
En mi pueblo los paseos higiénicos
se dan por una calle que siempre se llamó carretera Sevilla pero que ahora se
llama avenida Presidente Rodríguez Ibarra. Fatal para un enfermo con angustia
de intención de voto. La avenida es larguísima, llena de rotondas y meandros,
con un horizonte inabarcable y fatigosa como un programa electoral. Uno empieza
a recorrerla cargado de energías pero, como carece de límites, acaba de Ibarra
hasta las Nike y decide ponerle fin metiéndose por cualquier callejón, sin
reparar si se llama Cánovas o Monago. Para mí que el ponerle Ibarra a la
avenida fue una estrategia de la extrema derecha.
En uno de los bancos que hermosean
la avenida me encuentro con una vecina. Coincidencias de la vida, se llama
Angustia Constante y es enfermera. O al menos lo fue hasta que los recortes la
pusieron en la calle. Sabía que tarde o temprano sucedería, me dice Angustia.
Empecé a sospechar cuando, para dormir a los pacientes, le suministraron al
anestesista un CD de Alborán. Luego, cuando el CD se rayó, empezaron a dormir a
los pacientes leyéndoles un premio Planeta sacado de la biblioteca del barrio.
Lo cual es terrible porque todos sueñan que les persigue Juan Manuel de Prada
poseído por el espíritu de Menéndez Pelayo.
Hoy la avenida está particularmente
tranquila. La gente se enclaustró en sus casas preparándose para este capítulo
importante. El pueblo, con esa sabiduría que le caracteriza, sabe que vivimos
una jornada decisiva. A fin de cuentas, no todos los días se conoce una final
española en la Liga de Campeones.
Publicado en el diario HOY el sábado 24 de mayo del 2014
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