quédese con el cambio: NADIE GANA, Jack Black

BARRA DE TITULO

domingo, 9 de marzo de 2014

NADIE GANA, Jack Black

NADIE GANA,
JACK BLACK
Ediciones Escalera, 2009
Traducción Pilar Alvarez Sierra 

                                EL MAESTRO DE LAS MALAS DECISIONES

Nadie gana es el título de una vieja novela a la que he llegado con un siglo de retraso. Confieso que me tiene maravillado. Es una autobiografía, y yo no soy lo que se dice un amante del género; casi siempre están concebidas como un enjuague de conciencia o como un disfraz. Ahora están muy de moda las autobiografías de personajes célebres. Desconfío. Algo te quieren vender. Las de Zapatero, Aznar, Ibarra o Belén Esteban copan los mejores lugares en los estantes de las librerías. Son un nuevo género de ficción. 

Pero Nadie gana, escrita hace ahora cien años por un ratero de poca monta que firmaba con el sobrenombre de Jack Black,  está libre de sospecha. El tiempo la ha redimido. Sobrevive por lo sobrecogedor de lo narrado y por el modo vigoroso de contarlo. Nos interesa porque emociona. Desde la firma. Escondió durante toda su azarosa vida su nombre verdadero por una cuestión de cortesía. Al parecer, compartía nombre con su padre y, siendo él como era un ladrón y un adicto al opio, asiduo a las cárceles de Estados Unidos y Canadá, no encontró mejor modo de proteger la memoria de su padre que creándose un alter ego, Jack Black. Así, al menos a su parecer, nunca quedaría su nombre estampado en una ficha policial ni asociado al mundo de los hampones. 








La novela es de un deprimente reconfortante, de una prosa ágil, sencilla, directa, sin florituras. Es el sueño de un muchacho que se echó al mundo a correr aventuras y al que la vida le pasó por encima. Pero quien escribe la novela no es un hombre amargado ni son las memorias de un resentido. Son los recuerdos  y las reflexiones de un tipo consciente de que vivió sencillamente lo que le tocó vivir y lo hizo lo mejor que pudo. En un  momento determinado confiesa que “desde que dejé a mi padre, mi camino quedó trazado entre la gente torcida. No pasé ni una hora en compañía de gente honrada, si vives entre lobos aprendes a aullar.

Aquí dejo algunas de sus perlas, por si puedo abrirle el apetito a algún otro despistado como yo mismo y evitar así otros cien años sin que conozca las aventuras de Jack Black, diplomado en malas decisiones.


AFORISMOS


Un mendigo callejero que sea competente nunca dice “por favor”. Te suelta un discurso desgarrado con un lenguaje tan preciso y exacto que le das diez centavos sin que lo diga. Admiras tanto su “arte” que no echas de menos el “
por favor”. Porque lo suyo es un arte. Omite el “por favor” porque  sabe que tú sólo usas cuando quieres que te pasen la sal.

En mi experiencia con los chinos, los he encontrado siempre caritativos, morigerados, hacendosos, éticos y honrados.

En la mala suerte sólo hay  tres grados: mala, peor y fatal. Cuando llegas al último, te queda la satisfacción de saber que si te cambia la racha ha de ser para mejor.

La forma de vender un lingote de cobre es convencerte primero tú de que el lingote es de oro macizo; el resto es fácil. El timador más competente es el que tima a sí mismo antes de salir a buscar un primo.

La idea de un empleo me resultaba tan ajena como deben serlo las de robar o asaltar para un impresor o un fontanero bien instalados, que lleven diez años en su oficio. Yo no era un vago ni indolente; sabía que existían muchos métodos más sencillos y seguros de ganarse la vida, pero esos eran los métodos de los demás, de gente a la que ni conocía ni entendía ni quería hacerlo. No los llamaba panolis ni payasos porque fueran diferentes y trabajaran para vivir. Pero representaban a la sociedad. Y la sociedad representaba ley, orden disciplina, castigo. La sociedad era una máquina diseñada para hacerme pedazos. La sociedad era el enemigo.

Si los comercios tomaran tantas precauciones al defenderse de los ladrones como toman los ladrones para defenderse de la policía, el negocio del robo y los asaltos se desvanecería en un santiamén. Los ladrones se muestran ocasionalmente descuidados; pero los empresarios lo son habitualmente, y ambos pagan sus descuidos antes o después.

El enganche más duro que ejerce la droga sobre un hombre es siempre mental. La adicción se convierte en una costumbre mental. Hay que sujetar la mente con mano firme: hay que querer dejarlo primero, y seguir queriendo dejarlo durante todo el proceso, y es entonces cuando se puede lograr.

Creo que las acciones de un hombre son hijas de sus ideas, y que sus ideas son lógicamente el producto de su entorno y de las condiciones bajo las que se ve obligado a vivir. Si metes en la cárcel a un chico a la edad en que entré yo, como eran entonces las cárceles, se convertirá en delincuente con tanta certeza como que tras la noche viene el día.

Me he prometido, y prometo a esta corte, que cuando cumpla esta sentencia buscaré lo mejor en lugar de lo peor, que buscaré bondad en lugar de la crueldad y lo bueno en lugar de lo malo, y que, cuando lo encuentre, lo devolveré con intereses.

Ojalá pudiera extraer de mi vida unos pocos granos de sabiduría con los que ayudara a la gente a ayudar a los presos, y ayudara a los presos a ayudarse a sí mismos, pero no los encuentro. No lo sé. Sólo puedo decir con certeza que la bondad engendra bondad, y que la crueldad engendra crueldad. Cada uno puede escoger lo que desee, y cosechará lo que siembre.

Tengo cincuenta años y una salud tal que, cuando oigo a los demás comentar sus achaques, me da vergüenza. No volverá atrás en el tiempo para ser joven de nuevo, ni tengo tampoco el menor deseo de alcanzar los cien años ni conocer la senilidad. No tengo dinero, mujer ni vehículo. No tengo perro. No tengo un aparato de radio ni un ficus. No tengo ningún problema.

Tengo la impresión de que la sociedad está intentando ser más gánster que los gánster, pegar más que el que pega y disparar más que el que dispara, sin pararse a pensar si de esto no resultará simplemente en una progresión geométrica de violencia.


El secreto para evitar los delitos – si es que hay alguno- reside en conocer sus causas. La gente buena se concentra en el otro extremo del problema. Si dedicaran más atención a la silla del bebé, verían cómo se llena de telarañas la silla eléctrica. Ponen demasiada tensión en lo que hace la gente mala, en vez de en por qué lo hacen; en lo que son, en vez de en cómo llegaron a serlo.  

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