Hace
años que no veo televisión. La última vez que vi un telediario, el hombre del
tiempo era Mariano Medina. No lo digo por hacerme el estupendo sino para que se
entienda el desenfoque entre mis ojos y la actualidad. Al menos, si hablamos de
esa actualidad que se vende por la tele. La polémica suscitada por el programa
de Évole ha avivado el debate. ¿Es la televisión un medio fiable? O, mejor aún,
¿dispongo de herramientas adecuadas para defenderme de enemigo tan poderoso? El
asunto sería una tontería si al hablar de televisión no habláramos del
generador de cultura más importante de nuestro tiempo. Como dice Homer Simpson,
hoy en día, entre la tele e Internet, los hijos se te crían solos. Ningún
libro, ningún filósofo influye en la opinión ciudadana ni la milésima parte que
un programa de televisión de regular audiencia. Lo cual es tremendo si tenemos en
cuenta que la salud de una democracia se basa en la calidad del poder de
decisión de sus ciudadanos. Da escalofríos pensar que somos plastilina en manos
de gente a la que, a fin de cuentas, sólo interesa la cuenta de resultados.
Claro
está que la culpa no es de la televisión. Tengo amigos muy inteligentes que no
hacen sino lamentarse de los sueldazos de ciertos conductores de programas que ellos
miran asiduamente. El remedio para su indignación es tan simple como apagar la
tele, pero cuando se lo hago notar me miran con la floja tristeza que miramos a
un corto de luces. Debatir sobre la moralidad o la oportunidad del programa de Évole
es como si tuviéramos que parar el tren-del-miedo en mitad del circuito para
recordar a la gente que están en un circo. En televisión, como en cualquier
otro negocio susceptible de ganarse mucho dinero seduciendo voluntades, todo es
espectáculo, espejismo, una máquina tragaperras con mucho ruido, muchos colores
y mucha trampa. Es por eso que en Internet está pasando tres cuartos de lo
mismo. Tan joven y ya es un campo minado. Hasta Pérez Reverte ha reparado en la
celada y ya empieza a recular de su afición a las redes sociales.
La actualidad son esas chispas que revoletean
sobre un incendio, pero no es el incendio. Para entender ese incendio son más
fiables ciertos libros, aunque lleven escritos cientos de años, incluso la
prensa escrita. Este descreimiento hacia la tele podría favorecer a la prensa
escrita si los que manejan el negocio no andaran también empeñados en seducir
al lector mediocre, más voluble pero infinitamente más numeroso. Si en lugar de
dedicar las tres cuartas partes del periódico a deportes, cotilleos, vírgenes, santos
y carnavales, las dedicaran a cosas de
enjundia, es posible que recobraran algo del terreno y el prestigio perdido.
Claro que para eso deberían recuperar aquella vieja costumbre de contratar a periodistas
de verdad y pagar a escritores con algo que decir y, lo que es más difícil, que
sepan cómo decirlo sin desesperar al lector antes acabar el primer párrafo,
empujándole trágicamente hacia el mando a distancia de la tele.
Hola, yo tampoco veo la televisión, no hay nada q ver, salvo pocas cosas que también se encuentran en la red.
ResponderEliminarYo tampoco tengo TV... liberador el día que se estropeó
ResponderEliminarLeído su artículo, reuerdo una de sus clases de literatura en la Unveridad de Mayores de Almendralejo, referida a la Generación del 98, en la que os facilitó una nota que decía: "El objetivo de la sesión de hoy es aprender a leer los textos literarios bajo sospecha, no solo desdé na perspectiva estética, si no dsde presupuestos ideológicos, al entenderlos como doumentos históricos que encierran visiones personales del mundo ....."
ResponderEliminarMe pareció muy acertada su reflexión, y si lleváramos esta "sospeha" no solo a la lectura, si no a la televisión e internet, sería dificil que nos convirtieran en conejillo de indias.
De acuerdo con sus comentarios sobe la tele, pero yo si la veo, no mucho, y gracias a eso, antes de conocerle personalmente, y desde Madrid que es donde tengo mi domicilio, le vi en en progama que retransmitió la 2 de TVE, con motivo de una entrega de premios en el Teatro Romano de Mérida. Por lo tanto, la televisión como todo, si se uiliza con cierta dosis de inteligencia, puede ser en ocasiones provechosa.
Un saludo.