Lo bueno de las noches de invierno es que los pensamientos
tristes amanecen pegados al cristal de la ventana, ateridos de escarcha e
insomnio. Se lo digo a esta amiga que sorbe su vaso de vino aguantándose las
ganas de llorar en cada trago. Es una mujer brava, con dos hijos, recién
divorciada, y que se ha quedado sin trabajo. Lo normal en estos tiempos en los
que sólo ven luz al final del túnel quienes nunca han tenido que atravesar el
túnel con la linterna de una prestación por desempleo. Pero ella, en lugar de
recrearse en la teoría de la conspiración ha abierto una tienda de cigarrillos
de vapor, por probar suerte. Yo admiro su tesón hasta el punto que estoy
tentado de echarme de nuevo al tabaco sólo para que ella me rescate.
María Dolores de Cospedal tampoco cree que esta epidemia de
corrupción política sea fruto de un plan maquiavélico sino que es más bien
parte de la condición humana. Ella sabrá con qué clase de humanos se junta. La
verdad es que a mí también me cuesta creer en teorías de la conspiración. Conspirar
requiere de un esfuerzo y de una capacidad de organización difícil de asumir
para gente que saca las notas que sacamos nosotros en comprensión lectora y
matemáticas. Suplimos la conspiración por las camarillas, y confundimos
revolución con transición y asambleas con botellones. Dotados por natura del
gen de la estupidez, se nos hace innecesaria la intervención de cualquier
supervillano externo. Aún así, hay quien se empeña en buscar una mano negra
bajo las piedras o entre las nubes. El otro día se manifestaron en Madrid los chemtrails, que son unos señores y unas
señoras muy serios y muy convencidos de que las estelas que dejan los aviones
en el cielo no son sino productos tóxicos que arrojan las farmacéuticas para
envenenarnos de forma silenciosa, constante y global. Parece una estupidez,
pero por eso mismo tiene muchísimos adeptos.
Si usted echa un
vistazo a la lista de los veinte hombres más ricos del país descubrirá que,
amén de que no hay entre ellos ni un solo artista ni un científico ni un
inventor o un compatriota que haya contribuido a dejar el mundo algo mejor que
lo encontró, tampoco encontrará entre ellos a ninguno que se mantenga joven. Carcamales
a los que el único poder que les funciona es el poder adquisitivo. Yo empezaré
a creer en teorías de la conspiración cuando vea que las ricas octogenarias se
pasean por las playas luciendo las carnes inmarcesibles de una Venus o una
Mónica Belucci. Mañana es el aniversario de la muerte de Lennon. Ni conspiración
ni mano negra. Lo mató la mano de un estúpido. Según el Centro de
Investigaciones Sociológicas la mitad de los españoles no llega a los
novecientos euros netos al mes y unos trece millones de compatriotas viven al
borde de la pobreza. No busque usted detrás de estos datos una inteligencia
perversa. Busque más bien una inteligencia en pantuflas y una estupidez en
perfecto estado de revista. Y si ve luz a lo lejos, desconfíe; igual es el ascua
triste del cigarrillo de vapor que fuma una mujer brava para camuflar sus
lágrimas.
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