¡Vivir
es algo que pasa tan rápido! Un hombre y una mujer se sonríen en la flor de la
edad y media vida más tarde hay un álbum de fotos amarilleando en el salón de
una casa atestada de hijos, nietos, ausencias y recuerdos. Qué cosa tan
extraña. Vivir es nadar entre paradojas. Andas por el mundo en absoluta soledad
hasta que aprendes que vivir es entregarte, cuando dejas de ser tú lo
fundamental y son los otros los que importan y lo primero. Entonces creces y te
multiplicas y te agigantas. No hay mayor riqueza que el darlo todo y vaciarte.
No vives si no eres vivido por alguien y en alguien. Vivir es preguntarse y es
hallar respuestas en una piel inaugural y ajena, interrogar al universo en unos
ojos que te sonríen y te esclarecen, aferrarse a esas manos que se te brindan
para desnudar juntos los misterios y los días.
La piel
tiene memoria. Tampoco los pies olvidan ni uno solo de los pasos que nos
trajeron a este instante y nos reunieron. Vivimos en la ilusión de ser niños
para siempre. Un día vemos envejecer a nuestra madre y comprendemos de golpe la
seriedad de este juego inexplicable. En la piel de nuestra madre se nos desvela
el enigma de lo que somos y de lo que seremos. Vivir es una odisea. Pero si
tienes la fortuna de crecer junto a una familia que te tatúa el corazón con
recuerdos como horizontes inabarcables, entonces no hay mayor tesoro que el
vivir. Al menos en mi caso, aprendí de mis padres lo rígido y lo flexible, que
el tiempo se agota pero el amor perdura, que la piel tiene memoria, que ni la
boca ni el corazón olvidan. Y que un día, acaso en una comida o en una cena de
navidad, en la esquina de una mesa sitiada por tres o cuatro generaciones de tu
misma sangre, echas la vista atrás y descubres que no es poco si pasas
por la vida sin haber dejado a tu espalda un mundo más turbio y más amargo. Vivir
no es nada. Un soplo, un chasquido, un viaje incierto y de recorrido corto.
Pero es hermoso si tienes a alguien a tu lado con quien cantar un viejo y
trillado villancico y decirle sin palabras que hacer juntos el viaje tuvo un
sentido. A mí, al menos, tan poca cosa, me sirve, me sana y me vale.
Artículo publicado en el diario HOY el sábado 21 de diciembre del 2013
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