Últimamente no hacen más que
pasar por la tele reportajes sobre Finlandia. Sospecho que algún programador
con resentimiento social se congratula en restregarnos por los ojos el sistema
educativo de los finlandeses, la madurez de la democracia finlandesa, la
entereza de la casta política finlandesa, recreándose, el muy sádico, en pasar
una y otra vez esa estampa tan perturbadora de un puñado de ministros yendo a
su trabajo en bicicleta, con lo que se suda en bicicleta. Y cuando crees que se le agota el tema, te pasa un monográfico sobre
los suecos, pongamos por caso, o los alemanes que, si nadie lo remedia, acabará
por sumir en la negrura al personal autóctono.
Porque vale que la nuestra es una democracia
rara, donde no puedes elegir a los líderes de los partidos ni hurgar en el modo
en que estos partidos se financian. Vale que los privilegios de la Iglesia son
tabú y que a la monarquía mejor no cuestionarla porque aquí, el que se
cuestiona las cosas cuestionables, la paga. Vale que en Europa toman a
chirigota la honestidad de nuestros representantes. Vale que nuestro sistema
educativo es un chiste sin gracia. Vale que los intereses económicos amordazan
la libertad de prensa y que la justicia
está saturada y la sanidad languidece y el desempleo se envalentona.
Vale. Pero es que me temo que lo que este tipo
pretende es demoler tradiciones. Que olvidemos eso tan nuestro de que España es diferente y aquello tan
arraigado de que aquí no tenemos remedio.
Va a ser que busca mostrarnos que otros sistemas son posibles y que con algo de
esfuerzo común y de sentido común las cosas podrían mudar. Con lo que cansan
las mudanzas. Pero tranquilos que los del gobierno, puestos a hacer cambios
importantes, seguro que optan por cambian de programador.
Publicado en el periódico Extremadura el sábado 9 de febrero del 2013
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