Seguramente los tipos que robaron y amordazaron
a Camilo Sesto no tengan ni idea de qué boca era la que silenciaban. Ellos iban
a lo suyo, el dinero y los objetos de
valor. Lo que no sabían es que en esa
casa el verdadero objeto de valor era precisamente la boca que amordazaban. Que
no lo sepa un ladrón tiene su pase, más deprimente resulta que no lo sepan quienes
durante días han escrito la crónica de esa violencia. Hasta donde yo he leído,
hablan de Camilo Sesto como viene siendo costumbre que se hable en este país de
la gente de valía que ha quedado orillada por el curso de los años. Castañeda
se reía de Cervantes por viejo, no por mal escritor.
Vale que son dioses venidos a menos. Pero
admitamos que si alguien los endiosó fue precisamente el gremio de los
periodistas. Cómo no endiosarse cuando cada cambio de peinado te lo convierten en
portada urgente. Se le endiosó porque era joven y hermoso, porque componía
canciones de amor que tornaba unánime el latir de millones de corazones. Se le
endiosó porque era rentable. Y ahora se burlan porque se niega a renunciar al
dios de carne joven que le hicimos creer que era. Olvidan la altura que
conquistó este hombre, y lo que es peor, olvidan la altura a la que alzó a este
país con él. Hay en Sudamérica un día dedicado a su nombre. Aún hoy en Perú el
programa de más éxito se llama Yo soy Camilo Sesto.
Errol Flynn se quedó de por vida el bigote de
Robin Hood, Johnny Weissmüller murió con el grito de Tarzán en los labios.
Camilo Sesto se ha quedado congelado en una de sus portadas de los años
setenta. Y qué. Fue el más grande, puede permitírselo. Lo que importa no es la
calidad de la carne de los ídolos, sino la nobleza y la gratitud de sus
adoradores.
Publicado en el periódico extremadura el 2 de febrero del 2013
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