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Foto de Imelda R. Portillo |
Que un ministro australiano venga con su novio a casarse a España porque las leyes de allá no se lo
permiten, es motivo de vergüenza para la Australia entera y de
enhorabuena para nosotros. Señal de que, entre el incendio
económico y el brusco viraje a la derecha, quedan rescoldos de
cordura. El Tribunal Constitucional ha legitimado la unión legal entre personas del mismo sexo. No podía ser de otro modo. Y, sin
embargo, mucha gente ha vivido con la incertidumbre de que el Estado
pudiera someter su intimidad a desahucio. Porque existe el desahucio
sentimental, ese que consiste en poner de patitas en la calle a tu
derecho a elegir cómo y con quién gastas la vida.
Ni
siquiera deberíamos estar hablando de esto. Cuesta entender por qué
avanzamos tan lentos hacia un mundo sensato. La hipocresía, ese
lastre. En Grecia, los que amarraban los tobillos del pueblo con
mitos, inventaron la patraña de que a Edipo le sucedieron tantas
desgracias porque Layo, su padre, fue quien introdujo la homosexualidad en la Hélade. Y los dioses no perdonan a los maricas.
Ahora sabemos que estas memeces las escribían no por escrúpulos de
los dioses, que bien licenciosos que eran, sino por cautela
demográfica, para incentivar la mano de obra y la carne de milicia.
Mientras, ellos, de puertas adentro, se dedicaban a sus orgías y a
sus negocios.
Yo
no digo que nuestro ministro del Interior sea un hipócrita, ni que
el secretario general de la Conferencia Episcopal participe en
orgías. Solo digo que sus declaraciones cuestionando ese fallo del
TC que suena a campanas de fiesta para tanta gente, ponen de
manifiesto la discordancia entre su modo de entender el siglo y el
progreso natural del mundo.
Suenan campanas de boda y ellos gritan
“al abordaje”.
Publicado en el periódico Extremadura el 10/11/2012
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