El futuro siempre fue el juguete
preferido de los niños melancólicos, la habitación del pánico a la que corren
cuando al presente le rechinan los engranajes como a un barco a punto de irse a
pique. No sé si a los muchachos de ahora les seguirá pasando pero a mí me
encantaba a mis diez o doce años fantasear sobre cómo sería el siglo XXI. En el
2000 los coches volarán, haremos excursiones a Marte y las personas nos teletransportaremos
como telegramas de carne. Eso decía una enciclopedia que nos compró mi padre en
los setenta. En esa enciclopedia había dos tomos que me maravillaban. El del
cuerpo humano, donde me topé con la primera foto de una teta de mujer. Y el tomo sobre el futuro. Diez años me costó
descubrir que no todas las tetas iban a ser como la de aquella enciclopedia ni
el futuro como lo pintaban en los libros. Con mucho, les concedo algunas
aproximaciones. Los coches, por ejemplo, no vuelan, pero la gasolina está por
las nubes. Excursiones a Martes tampoco hay, pero nos miramos los unos a los
otros con el mismo recelo que si fuéramos marcianos.
Una cosa sí es cierta: se
concentra más tecnología en el teléfono móvil que usted y yo llevamos en el bolsillo
que en todo el Apolo XII. La ciencia avanza que es una barbaridad, aunque
maldita sea la ayuda que nos está prestando. Para ciertas cosas elementales,
casi todas ellas relacionadas con la
ética y la moral, es como si acabáramos de bajarnos del árbol. La configuración de la
garganta de un mono hace que sea imposible que se atragante al comer, pero,
como contrapartida, le imposibilita el hablar. Nosotros hablamos hasta
atragantarnos de palabras, de mentiras y de paradojas. La palabra es a la
evolución de las especies lo que el iPhone es a las telecomunicaciones: ofrece maravillosas
prestaciones que se pierden entre lo accesorio.
Para que nos hagamos una idea, ahora que de ese lodazal llamado
“trama Nóos” emergen nuevas pruebas contra la Infanta Cristina, por una de esas
extrañas paradojas que atragantarían a un gorila adulto, en Badajoz no quitan
del Hospital Infanta Cristina el nombre
de la implicada, quitan a 32 de sus médicos. No hay dinero para sus nóminas. Si
juntamos el dinero de la Infanta con el de ese puñado de directivos de la Caja
de Ahorros del Mediterráneo, detenidos por estafa millonaria, y lo sumamos al
del resto de ladrones que se han pasado las tres últimas décadas desplumándonos
como a pavos, no sólo sanearíamos la seguridad social sino que aún sobraría
para colaborar con ese proyecto de empresa llamado Hyperloop que necesita
quinientos millones para desarrollar una red de tubos de transporte de
personas. Ese sí sería un futuro muy cercano al que pintaba el tomo de mi vieja
enciclopedia. El de la teta no, el otro. Mientras, coexistimos con este presente donde la
tauromaquia se convierte por ley en Patrimonio Cultural español. Es como si
quisiéramos burlar al futuro con una media verónica. Sin futuro, sin ciencia y
sin palabra, a nuestros chicos apenas les queda el iPhone y la melancolía.
Mis aplausos por esta entrada, Florián.
ResponderEliminarCreo que todos soñamos cuando niños con un futuro bastante mejor que el presente de entonces por muchas razones, pero los hay que se han empeñado en jodernos todos aquellos sueños.
Lo del cambio de nombre del Hospital de Badajoz me parece algo lógico tras los acontecimientos, cada día menos presuntos. Pero mucho más grave son los despidos en masa de esos médicos, eso sí que es una tragedia para la sanidad en la región.
Saludos cordiales.