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Arturo SB, Piedad Fernández, Florián Recio. |
Presentación del Borsalino Negro, de ASB en vinatería Pámpano
Cuando a uno le
invitan a presentar un libro en realidad lo que le están es
invitando a que busque razones para convencer a la gente de que
compre este libro. Pues bien, después de una detenida lectura del
Borsalino Negro, yo he encontrado varias razones, aunque sólo os voy
decir tres. Este libro hay que leerlo por fantasma. Por Vomitivo. Y
porque está como una cabra. Ya sé que, dicho así, no suena muy
apetecible. Pero intentaré explicarme.
Amigos, libros y copas |
Por fantasma.
Escribir es oficio de fantasmas. O dicho de otra forma, nadie es más fantasma que un escritor. Y no sólo en el sentido que todos estáis pensando, sino también en el real, es decir, en el literario. Un escritor, como los fantasmas de los cuentos románticos, es ese tipo que, por medio de sus libros, te habla, te influye, te cuenta su vida, te asusta o te divierte, pero tú nunca puedes verle. Como un fantasma, invisible, agazapado en un rincón de tu librería, se pasea por tu casa envuelto en su sábana de palabras, arrastrando su cadena de ficción. La única diferencia es que uno no adquiere la cualidad de fantasma hasta que no muere, mientras que uno solo puede ser escritor mientras está vivo, si es que a eso se le puede llamar vivir. Ahora bien, un escritor, acaba convertido en fantasma definitivo una vez muerto, cuando ya carece de medios de comunicarse con nosotros si no es a través de los libros que dejó.
Escribir es oficio de fantasmas. O dicho de otra forma, nadie es más fantasma que un escritor. Y no sólo en el sentido que todos estáis pensando, sino también en el real, es decir, en el literario. Un escritor, como los fantasmas de los cuentos románticos, es ese tipo que, por medio de sus libros, te habla, te influye, te cuenta su vida, te asusta o te divierte, pero tú nunca puedes verle. Como un fantasma, invisible, agazapado en un rincón de tu librería, se pasea por tu casa envuelto en su sábana de palabras, arrastrando su cadena de ficción. La única diferencia es que uno no adquiere la cualidad de fantasma hasta que no muere, mientras que uno solo puede ser escritor mientras está vivo, si es que a eso se le puede llamar vivir. Ahora bien, un escritor, acaba convertido en fantasma definitivo una vez muerto, cuando ya carece de medios de comunicarse con nosotros si no es a través de los libros que dejó.
Pero es un
fantasma petrificado, rígido, inamovible, sin sorpresas. De ese modo
encontramos en la librería a fantasmas a los que el tiempo ha hecho
intratable y que ya nadie escucha como a Ramón de Campoamor o
Echegaray y tantos otros; y hay, por el contrario, fantasmas a los
que cada día da más gusto escucharles como a Cervantes o a Borges o
a Umbral, un fantasma que, por cierto, parece transitar por las
páginas de este libro como Mateo por su casa. Sin embargo, lo que ni
Umbral ni Cervantes pueden evitar, por muy bien que escriban, es ser
fantasmas completados, con la encarnadura de sus páginas
definitivamente cerrada. Arturo Suárez Bárcena, sin embargo, es un
fantasma joven. Y, lo que es mejor, es un fantasma vivo. Ignoramos
cómo va a ser la calidad ni el destino de la encarnadura de este
fantasma. Porque la que nos ocupa es su tercera novela y aún le
quedan muchas por escribir. Pero as por eso mismo que al leerle, al
leer esta novela recién creada, aún con la sangre de tinta caliente
entre sus páginas, se nos brinda la oportunidad de ser testigos y
parte directa de ese cuerpo que va a ser el Arturo Suárez Bárcena
del futuro. He ahí la primera razón para comprar este libro. Ser
testigos y participar en la encarnadura de un singular artista.
Por vomitivo.
El protagonista de esta y de la anterior novela de ASB es un tal
Jonás. Literariamente, impecable. Personalmente, un bribón. A mí,
tengo que confesarlo, no es un personaje que me haya inspirado muchas
simpatías, pero es que es un personaje que bebe mucho, que fuma
mucho, que lee mucho, que folla mucho, que tiene mucho talento y
mucha mala leche, es decir, es un personaje excesivo. Y será que uno
ya no está para los excesos. Por ejemplo, es un personaje al que
nunca encontramos en casa preparándose un zumo de naranja o
quitándose las pelotillas del ombligo.
Imelda R. Portillo dio comienzo a la fiesta |
El Jonás de El borsalino
negro es un tipo que siempre está moviéndose de un lado para otro,
y siempre lados humeantes, ruidosos, llenos de turbia vida
literariamente turbia. Siempre está en la calle, en el bar. En
continuo movimiento, pero para ir siempre a un mismo sitio: a él
mismo. Yo creo que por eso se llama Jonás. Porque como el Jonás de
la Biblia está, aún sin él saberlo, en el vientre de una ballena
esperando ser vomitado en tierra firme. Solo que, a mi parecer, la
ballena es el propio Arturo, la mano hábil de Arturo que lo zarandea
de Madrid a Estambul, de Estambul al infierno, con una naturalidad
que solo se consigue siendo muy artificial, rompiendo muchos folios,
escribiendo mucho. Álvaro Cunqueiro escribió una vez que al Jonás
bíblico lo vomitó la ballena no por un milagro divino sino porque
el tal Jonás era un tipo vestido de mujer que huía de un marido
celoso y la ballena se lo comió pensando que era señorita y que al
tragarlo notó algo raro. Lo tuvo en la boca tres días,
chupeteándolo como a un caramelo de menta, hasta que se percató del
engaño y entonces fue cuando lo vomitó. Por escrupulosa. La ballena
de Arturo también es un bicho escrupuloso. Es un monstruo
extremadamente literario, escrupuloso con las palabras, exquisito con
el modo de contar, que chupa y requetechupa un pensamiento y lo va
moldeando hasta dejarlo traslúcido, y luego nos lo arroja a los
lectores a los ojos como quien arroja a un náufrago a una playa. En
la página 19 dice el tipo “La primavera ha llegado tarde a Madrid,
con un retraso de mujer presumida” y más adelante, en la página
32 dice: “Intentó garabatear unos folios que se negaron como se
niegan las esposas con jaqueca”. Parece una tontería, pero para
llegar a esa concisión, insinuar tanto con tan pocas palabras, hay
que ser muy fantasma, muy escritor, ser capaz de convertir lo
prosaico del mundo en literatura.
Florián Recio y Piedad, la directora de vinatería Pámpano |
No sé si conocéis la historia de
ese chino que un día tiene que ir a la ciudad a vender el arroz que
ha sembrado en su pequeña aldea. Su mujer le dice “cuando vuelvas,
cómprame un cepillo para el pelo”. El tipo llega a la ciudad,
vende su arroz mejor de lo que esperaba y lo celebra de copas con los
amigos. Cuando llega la hora de volver se acuerda de que su mujer le
había encargado algo, pero no recuerda qué. Entra en una tienda y
compra lo que le pareció más bonito y raro: un espejo. Llega a
casa, se lo entrega a su señora y se vuelve al campo. Su mujer
desenvuelve el regalo y cuando ve aquello sale corriendo a casa de su
madre. Qué diablos te pasa, por qué lloras así, le pregunta la
vieja. Porque mi marido ya no me quiere: ha traído a otra mujer a
casa. La señora entonces va a ver qué ocurre. Se asoma al espejo y
le dice a su hija: hija, tienes toda la razón del mundo, pero no
tienes por qué preocuparte: es muy vieja. Esto es la literatura. El
espejo donde cada uno se asoma a buscar un misterio que cada cual
interpreta a su modo. Arturo Suárez Bárcena nos entrega con el
Borsalino Negro un espejo convertido en novela negra pero salpicado
de grandes descubrimientos literarios, de grandes frases hermosas, de
una acción pausada pero entretenida. Es un espejo en cuya orilla la
ballena de la palabra escrita vomitará a Jonás, que es un personaje
que se va transformando y que nos va transformando. He ahí otro
motivo para comprar este libro.
Y porque está como una cabra. O para ser más exactos, por pertenecer a esa curiosa especie de los hombres-cabra, es decir, como los hombres que son como la cabra de aquel cuento que un día, andando por el campo, se encontró con otra cabra que rumiaba muy entretenida una cinta de vídeo. Se acercó a ella y le preguntó: oye, se puede saber qué haces. Pues ya ves, comiéndome a madame Bovary. ¿Y te gusta? Sí, pero me gustó más el libro. Hay que estar como una cabra para disfrutar rumiando hojas de papel. Pero existe, ya lo creo, esa raza de gente que es como las cabras de este cuento. Siempre prefieren los libros. Es gente con un gusto especial por lo que se sugiere, por lo que se insinúa, por los mundos imaginarios de tinta y silencio. Y es a ellos a quienes va dedicada esta novela. Creo que a ellos va dedicada toda la literatura que hace Arturo Suárez Bárcena. Y esa es la fundamental razón para comprar esta novela. El amor a la palabra escrita. El trato preferente que se le da en cada página a la palabra bien dicha, al sonido hermoso, a la frase firme y bien construida. Es un libro de ocio, de entretenimiento.
Pero también es un refugio para aquellos que, como
Jonás, quieran pasar tres días en el vientre cálido de una ballena
construida con buena literatura y recalar unos días más tarde en
cualquier orilla. Seguirás siendo tú, pero seguro que algo habrás
aprendido, que algo te habrás divertido, que seguramente, si te
dejas asomas a este espejo literario que te brinda Arturo Suárez
Bárcena, verás a Jonás y verás a Estambul y verás a Madrid
convertidos en un fantasma que se parece mucho a ti mismo.
En plena lectura de estos papeles |
Muchas gracias.
Presentación de El borsalino Negro, vinatería Pámpano, 8/12/12
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