
.- No sabría qué decir..., prefiero no hablar sobre el fuego,
.- ¿Y eso?
.- Es que a mí el fuego me enciende...
Tras los cristales pulcros de sus diminutas gafas volaba un reverbero de picardía. Sonrió, casi triste, y dejó al descubierto sus dientes deslucidos, en los que se leía una salud precaria, glotona de jarabes y pastillas. Los alumnos llenaron la clase de un alboroto de gallinero. Carcajadas. Descontrol. Toda la clase se vino al traste. Gracias a Dios, apareció el conserje. Asomó la cabeza por entre la puerta. Los chicos bajaron la guardia un momento y pude oír que el hombre me decía:
.- Don Alonso, que dice el director que le espera en su despacho.
.- Dígale que ahora mismo voy para allá.
Hay hombres que silban cuando orinan y hombres que se lo creen todo; hombres ingenuos que viven con la ilusión de que un día la vida les pondrá en su sitio. Yo soy de los que esperan. De los que contienen el aliento. Yo soy de los que miran hacia dentro y no les gusta lo que ven.
De El El sueño de Cintia
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